El sorteo
El momento que se ve en la imagen, repleto de incertidumbre, y de esa superstición que envuelve al mundo del toro, es uno de esos ritos previo a cada festejo. El apoderado, y algunos miembros más de la cuadrilla, quizá alguna vez el mismo torero, acuden, primero, a ver a los astados que habrán de levantar el albero con su trote desafiante y, segundo, a celebrar el sorteo, que les confirmará, además, los que ellos habrán de lidiar. Un momento en el que el bullicio de las dependencias del coso se calma un poco, para que la mano de los implicados saquen, uno a uno, el lote del matador...sobre el papel, la tinta revela unas consignas, que inmediatamente el cerebro procesa en forma de burel, recordando los que momentos antes han visto en los toriles, a fin de confirmar la suerte, esquiva o no, de su torero. A partir de ahí, la suerte estará echada, y sólo quedará vestirse de luces, rezar en la intimidad de la capilla, pasar sin mirar por la puerta de la enfermería, y bailar con su enemigo hasta darle muerte, sin tiempo para sopesar lo ingrato o condescendiente del trato de un papel en un sombrero; cuando el toro salga, poco importarán ya los números marcados a fuego sobre la piel del morlaco, sólo habrá ojos para sus ojos, capote para templar su trapío, y valor para ofrecerle al público su maestría y su arte, muerto su enemigo, el sorteo ya carece de sentido...
Y ahora decidme vosotros, si el papel con el número de lote, no se parece un poco a esa lista de trabajos que habrán de marcar una estación de penitencia, ¿qué no?...templar, parar y mandar, ver tu relevo, aceptar la suerte, y trabajar con Ella y por Ella, una vez el paso en la calle, tal o cual trabajo, carecen de importancia...
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