Sábado...


La caoba y la plata, permanecen solitarias, desnudo el calvario, desiertas las trabajaderas, sumidos en su unicidad, a la izquierda del templo, esperando que la presencia del que todo lo puede vuelva a su armazón para buscar de nuevo las calles de Granada...los fieles también esperan, inquietos, a que la imagen del Sagrado Protector baje a ellos, en ese momento especial que sólo tiene Granada, cuando el renacimiento hecho madera sagrada, se deposita suavemente, sobre su paso procesional.
Él preside la escena, como siempre, pero más cerca; preside sus vidas, como siempre, pero de forma más humana, porque si Él quiere estar un rato entre su gente, antes de volver a su posición de privilegio, su hermandad se lo agradece reviviendo sus últimas siete palabras, en la intimidad agustina del convento. Y las oraciones se suceden, ahora que entre sus cabezas, la sobrecogedora imagen de Cristo, se balancea sostenido por sus cofrades, el siglo XVI vuelve de nuevo, de manos de esta centenaria hermandad...

Tras el momento de recogida oración, el Señor es izado, buscando el techo del templo, mientras que sus hermanos costaleros depositan a sus pies el paso, para que pueda ser anclado al mismo, a la espera de "levantás" a pulso y respiraciones entrecortadas. Los nazarenos que en dos días no podrán verlo en la calle, disfrutan de Él en su casa, y los ojos cargados de lágrimas delatan recuerdos e ilusiones, de la mano protectora del Señor...

Ahí quedas, Señor de san Agustín, crucifijo de nuestros antepasados, otra tarde más de sábado de pasión, en el silencio absoluto de tu capilla, y de tus hermanos. Las labores de priostía devolverán al impresionante conjunto de la muerte de Cristo sobre su canastilla, la majestuosidad solemne del día grande, del momento supremo, de la razón de vivir, de la vida resumida, el Lunes Santo es más Lunes Santo, desde que tu muerte, Señor, rachea por las calles granadinas...

Para todos los que en Él tienen fijada su Esperanza...

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