De padres y padrinos...
Cuando recibes el Bautismo, ese momento importantísimo en la vida de toda persona, en el que sus padres le entregan a su hijo lo más grande que tienen, su fe, para que tenga un rumbo que seguir y que será luego confirmado al alcanzar su mayoría de edad, viene siempre marcado por dos personas, que junto a los padres, habrán de acompañar al niño el tiempo que Dios considere oportuno. Dos personas, en los que los padres confían plenamente, y sobre los que cae una grandísima responsabilidad, educarlo en la fe cristiana, al mismo tiempo que sus progenitores, y siéndolo también en caso de ausencia de éstos. Esas personas, todos lo sabemos, son los padrinos...
Para mí, mis padrinos han sido, son y serán un ejemplo a seguir, una palabra cariñosa, y un gesto deinteresado, siempre que los he requerido. Significan el verbo ser, el signo más y la palabra siempre, que diría Alberto Cortez, y los he puesto sobre el pecho, regazo de las voluntades, y junto al corazón, relicario de todos los amores, en palabras de mi abuelo, por decisión mía, tal es el cariño que me tienen, que es plenamente recíproco. Mis padrinos, fueron ventana por la que escapé a la vida, los oídos que escucharon mis historias, y los labios que me besaban y me daban consejos. Mis padrinos, eternos compañeros de mis cosas, eran el aguinaldo engordado con respecto a mis hermanos, la llamada puntual en mi honomástica, y el detalle en mi cumpleaños, eran los que se enorgullecían con mis triunfos y maquillaban mis fracasos, eran, en definitiva, son y serán siempre, una parte de mí que vive fuera de mi cuerpo.
Es tanto lo que mis padrinos significan, que no sé si estaré a la altura ahora que mi hermana me pide que yo sea lo mismo para ella...
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