Una imagen en la mente...
Era muy pequeño, no recuerdo exactamente la edad que tenía, pero sí que no levantaba mucho del suelo, cuando mi padre me llevó a la estación de ferrocarril de Granada. Eran otros tiempos, Granada era una terminal importante, y numerosos trenes pasaban a diario por sus vías, se podía utilizar este medio de transporte para ir a Albolote, Atarfe, Loja,...cuyas estaciones, apenas son ahora despojos del pasado ferrovario granadino. Esa tarde, tenía lugar un acontecimiento singular, ya que una locomotora de vapor, hacía su último viaje, recorriendo las principales ciudades españolas y, cómo no, la nuestra estaba entre ellas, y yo iba a ser testigo, gracias a mi padre y sus amigos, de esa última visita, de ese pedazo de historia que con forma de locomotora, se acercaba a mí, diminuto observador de frágil carne, minúsculo ante la magnitud y la magnificencia de semejante locomora.
Se hizo de rogar, como las mujeres hermosas ante una cita importante, acrecentando con ello mi infantil impaciencia, y mis preguntas relacionadas con traviesas, vielas, raíles y carbón, que eran contestadas a su tiempo por los inseparables amigos de mi padre. De pronto, una voz, unas miradas dirigidas a la entrada de la estación, me hizo girar la cabeza con vehemencia y nerviosismo, y los pelos que aún no tenía, se me pusieron de punta, el corazón se me iba a salir por la boca, y las palabras enmudecieron...una nube de humo, en perfecta columna, ascendía hacia el cielo, y el inconfundible pitido del silbato, anunciaba la presencia de ese colosal monstruo de hierro. El sonido de las ruedas frenando sobre el metálico raíl, el traqueteo de lo vagones, en continuada hilera, el tiznado rostro del maquinista, el tamaño desproporcionado para mi entender de niño, y la cara de felicidad en el rostro de mi padre, al haber compartido conmigo ese momento, mágico para él, de ver la locomotora adentrarse en Granada, se transformaron en un todo que hizo de esa jorada una de las más felices de mi vida. El tiempo que estuve parado mirándola no lo sabría decir, pero sí os puedo asegurar, que no he podido olvidarla nunca, y que con ella, se fue para siempre una parte de mi infancia, al mismo tiempo que la magia de los viajes en tren...
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