Luna de miel...

Continúo hoy con el repaso fotográfico a mi viaje de novios, y como os dejé dicho en mi anterior entrada sobre esta temática, la siguiente iba a versar sobre el Vaticano, todavía dentro de la ciudad de Roma. Empezamos la jornada bien temprano, a fin de no encontrar muchas colas a la hora de acceder a la iglesia y a los museos, y la verdad es que mereció la pena, porque pudimos disfrutar de todo esto prácticamente sin gente, y digo prácticamente porque otra cosa sería del todo imposible.
Entrando a la Iglesia de san Pedro por la puerta principal, en una de las primeras capillas a mano derecha, encontramos, después de sortear unas cuantas filas de personas, la bellísima imagen de la Piedad de Miguel Angel. Hoy día, la podemos observar sólo tras un cristal, debido fundamentalmente a que los turistas depositaban sus manos sobre la imagen, cosa que estaba deteriorándola, si bien, a mi entender, quizá hubiera bastado con evitar que la gente entrara a donde está Ella, y así poder admirarla en todo su esplendor, sin las falsa imagen que el cristal nos da. Obsérvese la delicadeza con la que María sostiene el cuerpo inerte de su Hijo sobre su regazo, una mano en su espalda, la otra abandonada, en un gesto de admiración ante la tragedia. Podríamos pensar que la Piedad es una iconografía parecida a la Virgen de las Angustias, pero existen diferencias entre ellas, como por ejemplo, la forma de recoger al Señor, ya visto en la Piedad, y sobre una mesa delante de María, en las Vírgenes de las Angustias, entre otras.
Tras la visita a la Iglesia, en dónde pudimos acceder a las tumbas de los papas, nos dispusimos a entrar en los museos, no sin antes subir a la cúpula de la Iglesia, de incontables escalones, para poder admirar una de las más hermosas vistas de Roma, que más adelante podréis ver.
Dentro de la cripta en donde reposan los restos de los sumos pontífices, me llamó la atención el numeroso grupo de creyentes que rezaban a los pies de la lápida de Juan Pablo II, frente a la soledad de la tumba de san Pedro, piedra de nuestra actual Iglesia, y que tantas cosas compartió con Nuestro Señor Jesucristo.

Dentro del museo vaticano, y de sus numerosísimas riquezas, me quedaré siempre, aun a riesgo de ser catalogado de inculto por los eruditos, con el magnífico Laoconte. Me llama profundamente la atención, la movilidad de la escultura, su dinamismo, sacado magistralmente del mármol, y que parece que en cualquier momento nos va a introducir en la escena. Este grupo escultórico, de los más buscados dentro del museo, sirvió de modelo a Jacobo Florentino para su Santo Entierro, joya del renacimiento, que se enuentra en el museo de bellas artes de Granada, y para el que usó los rostros del laoconte y de la figura de su izquierda, para darle "vida" a Jose de Arimatea y san Juan, en el grupo granadino.

Imagen del apostolado que se encuentra en la primera planta de la Iglesia de san Pedro, sobre la puerta de entrada en su fachada principal.


Imagen de la Plaza de san Pedro desde la cúpula. Sólo por estas vistas merece la pena el "suplicio" de los escalones que dan acceso a la misma, y que se van complicando a medida que nos vamos acercando a ella, cuando las paredes se curvan, adoptando su forma, haciendo el acceso más que complicado.

Fuera ya del recinto, la avenida de la Conziliacione precede a la impresionante vista de la Iglesia de san Pedro del Vaticano. No me pude resistir a volver la vista atrás, y recordar momentos en esa misma avenida, más calurosos, bajo la Virgen del Mayor Dolor...

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