Incienso...
Qué distinta es la textura, qué distinto es el olor,de qué forma tan dispar inunda la calle, el templo, precediendo siempre a las imágenes de Cristo y de María, ora en los cultos solemnes, ora en las diversas salidas por la ciudad.
Cuando doblamos la esquina, la última, la que nos lleva directamente a Ellos, y notamos el aroma, inmediatemente estamos ya en Semana Santa, y empieza a funcionar la máquina de las imágenes, tan nuestras, que nos hace sentir cofrades a pesar de la distancia temporal que siempre es larga, y que tanto nos separa de nuestros tiulares, en lo que a ir con Ellos a la calle se refiere.
Todos sabemos cómo es el nuestro, somos conscientes de quién lo enciende, de quién es el encargado de sacarlo de las dependencias internas de la hermandad, donde se guarda el olor de la Semana Santa, hasta el punto que asociamos personas con dalmáticas, navetas e incensarios, en los días de quinario, triduo o estación penitencial; tan es así, que de un año para otro, si alguien falla, notamos la discorancia existente entre la nueva persona, y el objeto de siempre.
Todos reconocemos el nuestro, entre todos los demás, siempre el nuestro huele diferente, e incluso nos gusta quemarlo en las vísperas de los días plenos, para que el hogar sea sede canónica, a pesar de lo que digan nuestras esposas, a fin de disfrutar en la tranquilidad de casa, de esa parte de nuestra hermandad guardada celosamente junto al carboncillo y al mechero. Al percibir su aroma con los ojos cerrados, como se disfruta una marcha bajo un paso, vemos entre la penumbra del recuerdo avanzar solemne nuestro Crucificado, desdibujada la efigie por la oscilante nube, gracias a la labor del acólito. Vemos el misterio revirar a plomo en una vuelta de largos minutos, para introducirse en la calleja donde no se vé la cara del Señor, casi oculta por el humo perfumado del incienso...y los palios...que parece que no es la misma la cara de María, si el viento juega una mala pasada y aleja el incienso en un momento.
Decidme si es cierto o no lo que digo, si vuestra ropa no huele familiarmente al abandonar el templo tras el culto; si el costal no guarda entre su tela el aroma especial a cofradía, decidme si no os veis ahora mismo, delante de vuestro paso en un relevo, inundándoos el aroma los sentidos...
no sé vosotros, pero yo voy a buscar mi cofre...
Uffff, me ha encantado esta entrada. Qué de recuerdos, de olores,... Esos días previos que se hacen eternos y qué rápido se va. Ya estoy deseando volver a disfrutar de ese incienso de cofradía.
ResponderEliminarSi las nubes fueran de incienso,
ResponderEliminarmontaría en globo para olerlo.
Si el paso se difumina con su niebla,
pintaría con oleos que fueran de cera.
Incienso, olor de los olores
de esos olores del día siguiente,
cuando aun nuestra ropa los guarda
celosamente.
A Olivencia: ya somos dos, querido amigo, ya somos dos...
ResponderEliminarA Cofrade: tu comentario es una conclusión acertada a lo expuesto en la entrada.
Gracias por visitar el blog, y un saludo
Puedo oler tus palabras.
ResponderEliminarTraigo todavía en la memoria, el de esta misma tarde por la ojiva de San Juan de la Palma.
Un placer volver, he estado liada entre letras, muy gustosamente.
El placer, querida Dama, es todo mío, de verte por aquí...
ResponderEliminarUn beso desde Granada