Ha merecido la pena...
Ha merecido la pena contar los días que nos han separado desde la última vez que nos vimos, Tú en tus cosas y yo en las mías, Tú afanado en los perdones que precisamos, en atender cada una de nuestras súplicas, en procurarnos la seguridad que tanto anhelamos, y yo preocupado por mis rutinas, por mis preocupaciones, por mis ansias de verte otra vez erguido sobre tu sobrio canasto, "racheando" tu muerte por Granada. Ha merecido la pena, acudir a Tí en todas las situaciones de este año que se ha ido alejando, como lo hace tu Madre alumbrada por la juguetona luz de sus faroles, dispuestos con primor en su trasera, en la que mi hermano le habla en cada "revirá", pidiéndole también por las cosas que le embargan. El tiempo ha pasado rápido, ahora que lo miramos en la distancia, aunque nos ha parecido lejano, siempre nos lo parece a los cofrades que no sabemos ni queremos esperar mucho, si hablamos de llevaros a la calle.
Esta vez las cosas han cambiado, el telón de mi función no se ha echado todavía, y me quedan muchos ratos a tu vera, empezando por el que mañana se me abre para volver a vivirlo como antaño, cámara en mano, sin la responsabilidad del trabajo y la familia. Volveré a mi santo Ángel, percibiendo el incienso desde Alhamar, mezclándose su aroma con el de café recién molido, puesta mi mirada en los faroles que nos anuncian un día grande en la hermandad. Iré revestido de experiencia, pero con la desnudez del primer día, cuando todo me era nuevo y diferente, y me seguiré enorgulleciendo cuando vea tu paso parado a la izquierda del altar, y la gente de Granada se para un ratito a mirarlo, después de rendirte honores, en tu besapiés de cada año, pero único y distinto, y se abran sus labios en señal de admiración. En mi mente, las ganas de verte salir por la puerta del convento, las monjitas asomadas al coro, mis hermanos enfundados en su negro capillo, uno a uno irán saliendo, precediéndote en el camino hacia el centro de la urbe; tu Madre a mi espalda, radiante y hermosa, me irá recordando en cada lágrima el motivo de que esa noche siga estando ahí con Ella, y contigo, que ya avanzas, los dos costeros a tierra por igual, buscando la luz de san Antón, con los pensamientos del más "pequeño" de los Marín, en tus trabajaderas. El tiempo pasa, mi mujer, de nazareno, habrá levantado ya el cirio desde ese primer tramo de Virgen que por la lluvia no pudo estrenar el pasado Lunes Santo, y también habrá en sus labios cosas que decirte; mi familia, como cada año, dividirá el fervor al Rescate por el cariño a los que vamos en el cortejo, y acudirá a ver tu "recogía" cumpliendo con el rito de cada año en esta parte de Granada...
Todo habrá acabado con el cierre de las puertas, cuando el trabajo de la priostía vuelva a ser protagonista en el encierro, y dispongan todo para que esa misma noche parezca como si nada hubiera sucedido, y podría ser así...pudiera ser que no hubiéramos hecho estación de penitencia, que mi hermandad no hubiera teñido de negro las calles del centro, que los acólitos no hubieran perfumado el aire granadino con su incienso, que los nazarenos no hubieran iluminado tu sendero, ni las fuerzas de los costaleros hubieran sido estrenadas, pudiera ser...pero mañana, cuando llegue a mi "casa" a verte postrado en el suelo, cuando mis ojos recorran tus heridas, y se me encoja el alma cuando mire tu cara, acariciaré mi medalla, y en lo más hondo de mi ser sabré que, incluso en el hipotético caso de no haber sucedido nada, sólo por el hecho de determe a mirarte, todo habrá merecido la pena...
Ya te imaginarás cómo está de agua Sevilla. Sin Macarena, no hay semana santa, no hay más.
ResponderEliminarQue hayas disfrutado, si has podido.
Un beso.
Estoy plenamente de acuerdo contigo, querida Dama, en lo de que sin Macarena, no hay Semana Santa. Me he estado acordando de tí y de los que, como tú, se han quedado sin disfrutar de sus titulares ela calle. Yo, gracias a Ellos, pude disfrutar de mis hermandades, pero a partir del Jueves Santo, se acabó la Semana...
ResponderEliminarUn beso desde Granada...