Nazarenos...


Son imprescindibles. Alejados del folclor de la hermandad en la calle, convertida en cofradía, ellos constituyen el alma mater de la corporación, sello de identidad de la misma, por la que es fácilmente reconocible. Los colores de sus hábitos, la forma de llevar el cirio, la ubicación dentro del cortejo, si llevan o no capa, o la cola recogida o no, si cíngulo o cinturón de esparto, si ruán o terciopelo, son los protagonistas de la fiesta, porque sin ellos la fiesta no sería la misma fiesta. ¿os habéis parado a imaginar cómo serían vuestras hermandades si sólo los pasos pisaran la calle?, sería como una salida extraordinaria, pero con los dos titulares, en la que no habría bullicio, no habría espera, no jugaríamos a buscar el misterio o el palio entre el mar de capirotes, ni los niños deambularían entre las filas buscando cera para sus bolas. Una hermandad sin nazarenos, sería menos hermandad.

Ellos, con su discurrir silente, nos dan muestra de lo que es la penitencia sin condiciones, tan diferente a las cuadrillas de costaleros, en los que se vive, cuando menos, de otra forma. Ellos no tienen relevo, no pueden hablar entre ellos de cómo va transcurriendo la estación de penitencia, no pueden pararse en un bar cuando las necesidades aprietan, ni pueden degustar una espumosa cerveza mientras estiran los músculos de cara a una nueva chicotá. Ellos son los que hacen a los niños mirar absortos, fijos sus ojos en el caminar de la figura que pasa ante los mismos, solemne, mágica y, a veces, tenebrosa, y que los hace enmudecer de puro asombro. Los nazarenos dejan escapar de nuestra mente las miles de preguntas que nos asaltan al contemplar la mano desnuda, la forma de los ojos, que nos miran desde la seguridad del anonimato, en ese ir y venir de casa cofradía en su estación penitencial, y que nos lleva a pensar en qué andarán ocupados sus pensamientos, mientras avanzan, ni lentos ni rápidos, al lado nuestra. Desde el rojo de la Cena hasta el blanco de la Resurrección, un sinfín de colores invadirán nuestras calles, con sus cirios en mano, para acompañar a sus titulares sin más aliento que la fuerza de su mente, ni más ánimos que la oración sincera e intimista.

De niño, aprendí a diferenciar los nazarenos por los colores de sus hábitos, y ya de mayor, comprendí que no es sólo eso lo que los diferencia, ya que cada uno de ellos es el máximo exponente del carácter de la hermandad, que deposita en ellos su embajada, para que la ciudad comprenda a través de su figura la forma de ser de la corporación, tan distintos entre sí como dispares son las cofradías a las que representan. Gracias a ellos, que no pueden volverse para ver a su Cristo, que presienten las "chicotás" por los sonidos que se suceden a su espalda, que imaginan las mecidas costaleras y sueñan con las "levantás" que no pueden contemplar, la Semana Santa es como es y tendrá o no continuidad, ya que sin ellos no habría Semana Santa, o por lo menos no sería como la conocemos actualmente.

Ya queda menos, y mientras los costaleros ensayamos por las calles, las bandas se rodean de gente conforme la distancia a los días sagrados se hace más pequeña, los nazarenos ensayan promesas, agradecimientos, peticiones, que habrán de volar al cielo de Granada desde la profundidad de sus corazones, cada vez que el cirio se levante y se apoye en su cadera, para llegar hasta esos que, detrás suya, con el paso firme de los costaleros, otorgan gracias y dan Esperanza a los suyos cada uno de los dias de la Semana Santa de Granada...

Comentarios

  1. Gracias amigo, por este gran homenaje que has dedicado a los nazarenos. Me ha gustado muchísimo, y como nazareno que soy te doy las gracias. Ya huele a Semana Santa amigo. Un fuerte abrazo desde el blog de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea. http://tertuliacofradecruzarborea.blogspot.com/

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