Soledad...

Cuando se va la tarde, al esconderse tras el monte plagado de casas blancas y cortijos el sol que baña la costa durante casi todo el año, es cuando empiezo a sentirte dentro rasgando mi alma como la púa hace lo propio con las cuerdas de la bandurria lastimera. El discurrir del día va transformando mis sentidos mientras los minutos y las horas van completando mi jornada laboral, ora mediodía, ora tarde-noche, hasta que la puerta de la tienda se cierra de nuevo enfrentándome a la cruda realidad y, paradójicamente, al acabar el trabajo es cuando más solo me encuentro. Mientras la bata blanca se mueve al son que le marcan mis pasos, la mente no tiene tiempo de pensar ocupada en las mil rutinas a las que tiene que dedicarse en pleno, y la conversación con los clientes (algunos de los cuales ya han llegado casi a ser amigos) distrae mis pensamientos durante las horas de trabajo pero, al despojarme de mi condición de óptico, cuando el rutinario paseo me lleva al "mercadona" o al "día" para completar la rutinaria lista de la compra, mi mente se abandona dominada por el rutinario cansancio, y ya sólo puedo pensar en lo que me espera cuando abra las puertas del piso en el que sobrevivo con mis soliloquios.

El clima de la costa no me calma cuando me paso las horas de ocio añorando a los que se quedan tras de mí, pensando irremediablemente en los que saben que ando por aquí, pero casi nunca bajan a verme, por lo menos durante el invierno...nadie se plantea qué será de mí cuando me enfrento al plato de comida, al vaso de agua y al pan amargo, porque la tristeza le priva de su sabor para ser una amalgama insípida que se atraganta, como lo hace a diario en mi garganta el nudo que no pasa nunca, el que me provoca saberme aquí entre las cuatro paredes sin más compañía que la misma soledad. Nadie sabe lo que se siente hasta que lo siente, nadie sabe lo que es hasta que lo sufre, pero todos saben más que nadie de esta supervivencia diaria que me ha tocado vivir y que se apodera de todo solitario mientras que no sean sus carnes las que la padezcan. Sólo el que lo vive sabe cuántas lágrimas son contenidas al arrancar el coche por las mañanas, ¡cuánta rabia y cuánta impotencia! y a la par cuánto agradecimiento por poder tener un trabajo aunque éste te convierta casi en ermitaño...

Nunca he tenido un carácter extrovertido, por lo que siempre he sido más del tipo de persona que pasa las horas a su "bola" sin prepocuparse mucho de salir a tomar algo, o intentar hacer amigos al calor de una barra de bar una tarde de fútbol, por lo que ya van para tres años comiendo con la televisión más alta de lo normal para engañar al corazón haciéndole creer que alguien la ve contigo, aunque en cierto modo sea verdad porque siempre habrá alguien de los tuyos observando el mismo canal que tú, pero con las risas y el ajetreo de una casa llena de gente a la hora de almorzar en una casa, frente al hastío y la desesperanza del lado de ese otro "hogar" que sólo funciona como tal cuando la pareja hace acto de presencia. Pasa el tiempo, y la situación económica de este país (me importa un carajo quiénes hayan sido o sean los causantes de la misma) hace más grande el hueco que ya existía en mi interior ante la certeza de que no va a salir un puesto de trabajo en Granada así como así y que esta estancia se presenta, cuando menos, indefinida, mientras me consuelo haciendo cálculos para planificar la semana y que pase, así, más rápido. Pero lo cierto es que cada día me hago más a la idea de que esto no va a cambiar a corto plazo y que se están consumiendo entre Albolote, Granada y Almuñécar, los mejores años de mi matrimonio aunque algún gracioso me quiera convencer de que estoy mejor sin verla porque así no nos peleamos...¡qué sabrán ellos! ¡qué sabrá nadie!...

Cuando llega la noche, cuando el día se esfuma y con él la algarabía de la gente en la calle, pienso en ese rincón en el que me encuentro contigo y comprendo lo que debes sentir a cualquier hora, cualquier día de la semana.

Cuando llega la noche, te siento muy adentro...Soledad...  

Comentarios

  1. uyuyuyuy... ¡¡¡vamonos arriba con los kilos abueloooo!!!. Hoy te leo de bajonazo total como los que suele meter el Rivera Ordoñez...

    No sabes cómo entiendo la soledad a la que haces referencia: tus pensamientos, tu rutina laboral, tu mísera resignación a lo que tenemos encima y al devenir de las horas sin vender ni aire...

    Bien es cierto que cuando yo termino, voy a casa y me esperan dos soles para que las llene de risas, pero también llevo años quedándome sólo aqui mientras ellas tienen vacaciones, y se del pan amargo, y del no tener ganas de hacerte de comer y simplemente tumbarte a dormitar la pena, y del subir el volumen de la tele...

    Así que como lo sé y te entiendo, tan sólo te voy a decir dos cosas: una que gracias por compartirlo (estas cosas son las que más trabajo cuestan compartir) y otra que saques la casta que te hace apretar los dientes bajo los pasos, que cierres los ojos y que llevado por el olor del salitre, junto al paseo marítimo, camines con la frente muy derecha y muy alta... porque estás haciendo lo que hay que hacer y porque eres un tio con dos cojones.

    Arriba los kilos... y al cielo lo que es del cielo. Estoy aquí pa lo que haga falta.

    ResponderEliminar
  2. ¿sabes?...un de las cosas que hago cuando planifico la semana es pensar en lo que voy a hacer tal o cual día; en esta semana y la que viene hay dos muy importantes que me van a levantar mucho la moral; la primera, esa bendita igualá que tenemos pendiente para el viernes (aunque llegaré tarde) y, la segunda, la consecuencia directa de esa cita, el paseo matinal de Jueves por mí y todos mis comnpañeros, tú me entiendes...

    Gracias y un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Qué razón llevas querido amigo, aquellos que pasamos la semana fuera de casa, añoramos cada momento que no podemos compartir con los nuestros. La cosa se alarga, y cada vez se hace más eterno el tiempo que uno se ausenta en su propio hogar. Bellísimas palabras para expresar un sentimiento que vivimos mucha gente en el exilio, aunque sea laboral. A pesar de estar a más del doble de distancia que tú, me juego la vida cada semana en la carretera para estar cerca de mi pasión, mi tierra y mi gran amor.

    Como bien has dicho, mi sensación es la de estar perdiendo los mejores años de mi matrimonio, aunque suena mal quejarse por como está la cosa en cualquier sitio, hay que sentirse afortunado por el simple hecho de tener un trabajo.

    un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Pues eso, querido amigo, suena mal quejarse...

    Un abrazo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares