Puerta del vino
Tranquilidad...eso es lo que nos transmite la fotografía, alejada del bullicio y el trajín propios de cualquier estación en el monumento que aparece retratado. Calma de una tarde de Agosto en la Alhambra, cuando verdaderamente se puede disfrutar del enclave nazarita sin turistas armados de prisas y planos, que recorren sus estancias y jardines en tropel sin importarles el suelo que pisan y la historia que se encierra en estos muros.
Cualquier día en la Alhambra es así, colas para casi todo, palacios y jardines del Generalife en una entrada, y en la otra la visita más que recomendada a la Alcazaba, zona militar del palacio, con la subida a la Torre de la Vela para enamorarte con la vista que desde ella se contempla. Siempre que paseo por la Alhambra me veo en los diferentes estadíos de mi vida que con ella he ido compartiendo, bueno, yo creo que me veo, pero hay algunos que me tienen que contar a la fuerza ya que yo no contaba con mucho uso de razón por aquellos entonces, aunque mis fotos de infancia atestiguan que estuve ahí, vestido de pantalón corto azul y con un gato en las manos, inmortalizado por la fotógrafa mano de mi padre. Y me veo con mis amigos, en alguna que otra excursión con el colegio, para aprender por qué está tintado el fondo de la fuente de la sala de los Abencerrajes, e imaginar quién sumergería su desnudez en los baños mientras la luz del sol se filtra, intimista, por las estrellas de los techos, intentar ver a Juana la Loca consumida por la soledad en los aposentos dispuestos para ella. Me veo de adolescente, corriendo con mi compadre por sus dominios, desde la carretera de la sierra hasta el mismísimo Palacio de Carlos V, extrañados los turistas de que se pudieran subir corriendo semejantes cuestas, y apartándose del camino que nosotros íbamos tomando, en esas mañanas de "running" que tanto echo de menos, ahora que la vida nos ha mandado en direcciones opuestas. Me veo, sí, deambulando por los rincones de la Alhambra con mis amigos no nacidos en nuestra ciudad, de la mano de mi novia, hoya mi esposa, al fresquito de la noche que, obviamente, sólo tiene Granada. Es inevitable que te asalten las anécdotas, casi al paso de los dedos sobre las teclas, cuando recorro la mente en busca de las visitas a la Alhambra, y me encuentro de cara con la realidad, en esa tarde veraniega en la que empezaba mi relato...
A la entrada, tras pasar los cañones que se quedan a la izquierda según avanzamos en dirección a la puerta de la foto, echo de menos al viejecito que vendía con su canasta de mimbre las chucherías, pipas, pistachos y garrapiñadas que tantas veces he saboreado, y me asalta una extraña sensación, cuando al mirar al fondo de la instantánea, defectuosa según las directrices de la exposición y la apertura, compruebo que ya mismo, dentro de unos pocos años, tendré a quién llevar a la Alhambra, situar cerca de una fuente y decirle que me sonría para añadir una foto más a esa maravillosa colección que desde hace treinta y nueve años, se viene creando en el álbum familiar, igual que una vez hicieron con mi hermana, conmigo, y con mis hermanos después, hasta completar la páginas con fotgrafías que nunca podrán pagarse del valor que tienen, y la sucesión de recuerdos que hoy he intentado exponer al ver el archivo en mi ordenador...lo mejor de todo, es que volveremos a pisar la Alhambra, de nuevo, los mismos protagonistas de aquellas instantáneas, pero con una nueva generación...
Que bonito es asomarse una mañana de domingo a Granada, con tus palabras y que la nostalgia te invada ...... por cierto una nostalgia que te salta hace derramar lagrimas y que te duela la garganta. Gracias por acercarme tu ciudad una vez mas. un abrazo amigo
ResponderEliminarGracias a ti, Jose, por asomarte...
ResponderEliminarUn abrazo desde Granada.