De negro...

 
Intimidad, oración, oscuridad, ensimismamiento,...estar sólo contigo mismo y con tus pensamientos; abandonarte a todo sin esperar nada; dejar la mente volar, sin dueño, libre de ataduras que la puedan manipular y centrarte sólo y exclusivamente en la labor para la que has sido convocado, ser para Él y sólo para Él. El negro no es un color, por lo menos no para mí, y menos ahora que acaba la Cuaresma y me toca disfrutar de lo que es mío, mi diálogo, mi conversación racheada y dormida en los costeros, mi fuerza y mi desesperación, la medida justa entre ambas para que Él siga dominando las almas desde arriba. No es un color, negro es una religión, centrada en la impresionante talla del Crucificado, negro es ternura, humanizada en las lágrimas de Consolación. Negro es casta, es saber dominarte ante las adversidades, es ganarle a un palo que deja de serlo para transformarse en ese yugo a través del cual se me perdonan los pecados...negro...
 
 
Negro es el rezo de las Siete Palabras respirando silencio bajo los faldones, recién colocados, de la caoba y la plata que lo acogen cada Lunes. Negro son las cosas bien hechas, por derecho, desde la cruz de guía procesional hasta la última zapatilla de la sexta trabajadera del palio, negro es negro, y no hay verdad más verdadera que la de que te marca de por vida. Me han llamado rancio por ser de Tí, óle, me han llamado mustio, óle, pero yo sólo soy negro, el de centro, el de la solera, el del pasado y el presente de Granada sobre la cerviz de treinta hombres, y el futuro en el cordón morado sobre el cuello de nuestros acólitos infantiles. Negro son dos faroles en la fachada, los adoquines de san Antón apretando en la recogía, y las campanas doblando al aire granadino a las nueve de la noche, idiosincrasia agustina para la Semana Santa. Pero no nos olvidemos de una cosa, el negro no se nace, se hace...y lo mismo que un costalero se gana el sitio bajo el palo, hemos de ir moldeando ese carácter en nosotros, sabernos representantes de la historia de la ciudad cada vez que nos ponemos el hábito, y pensar que, en nosotros, en nuestros actos, va la imagen de la hermandad a la que pertenecemos. Ser de negro no es fácil, porque no es fácil animarse con la oración cuando los "kilos" aprietan, no es fácil escuchar sólo la música de tus palabras acordándote de los tuyos a cada paso que das, pero nadie dijo que lo fuera y hay quer ser consecuentes cada minuto de nuestra existencia con el legado que recibimos cuando nos colgamos esa medalla por vez primera. Somos representantes de una devoción centenaria, y eso hay que llevarlo con orgullo y con mucha responsabilidad no vaya a ser que nuestras palabras, nuestros gestos, enturbien el glorioso pasado de la hermandad que nos sucederá en el tiempo ya que aquí estamos para un recado.
 
 
Soy de negro, disfruto con el negro como otros con la cornetería, siento las levantás a pulso como otro los "puntillazos" y ando de frente como otro hace izquierdos pero, además, llevo sobre mi cerviz al renacentismo hecho madera, al siglo XVI en la era de los "androids" y detengo el reloj del tiempo cada vez que mi Cristo se viste de quinario; guardo silencio entre cada "chicotá" para impedir que lo de fuera me desvíe de mi trabajo y sirvo a Cristo y a María a la usanza del santo Ángel...el negro no es un color, y pesa más que cualquier otra cosa en la vida, tengo la obligación de legar a mis descendientes lo que mis antepasados me legaron a mí, y creo en la verdad del silencio cada Lunes Santo...soy de negro y, para mí, el aplauso más sonoro es la cara de satisfacción de mis hermanos nazarenos cuando le ven el rostro a su Cristo al depositarlo nosostros en el templo.
 
Lunes Santo, soy de negro... 
 
Las fotografías que ilustran esta entrada son del fotógrafo Manuel Puga

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