Calma chicha...
Ha pasado el verano que cada año me sume en la más completa desidia, ya que caigo asfixiado por el sofocante calor que azota la ciudad en el periodo veraniego, y me cuesta conciliar el sueño llevándome, irremediablemente, a darle demasiadas vueltas al magín. Siempre que septiembre llama a las puertas del año, el optimismo se aloja en mí, y empiezo a ver la botella medio llena que se va dejando ver en las cosas que me atañen diariamente; con la llegada de septiembre, empieza de nuevo esta ventana a meter aire nuevo en la habitación de mi alma, y nuevas e ilusionantes perspectivas se asoman a lo lejos en el amplio horizonte que ahora sí, puedo divisar. Gracias a Dios, he vuelto de todo y renovado, mirando al frente ansioso y con mil nervios, como el corredor espera a que den la salida para salir a comerse los kilómetros que lo separan de la victoria, esperando el comienzo de los nuevos proyectos que se han ido forjando desde los albores del estío y que, por fin, se van viendo más cerca, lo que me hace estar más feliz que de costumbre.
Todas las cosas que se fueron cuando llegó Junio, con esa cantidad de días soleados y calurosos en el zurrón, han vuelto para dejarme en posición, justo en el momento en el que empiezo de nuevo a funcionar y con muchísimas ganas, ganas que espero contagiaos desde aquí, por lo menos hasta que llegue otro Junio a la ventana.
La situación en la que me encuentro es como la del barco de la fotografía, quieto sobre las especulares aguas del pantano, detenido su deslizar sobre las mismas por las circunstancias tan ajenas a él mismo, que le han llevado a permanecer estancado, sin posible avance o retroceso, en la infinidad de situaciones que conforman su existencia. Como él, y a pesar de todas las cosas que se han ido sumando para poner mi vida patas arriba, me encuentro también esperanzado en la llegada del ansiado tiempo que me devuelva la fuerza para volver a surcar las aguas que se pongan por delante. En calma chicha, a día dos de septiembre de dos mil trece, me encuentro tranquilo y sereno, después de mucho tiempo sin lograrlo plenamente y viendo por popa el viento que me habrá de empujar. Con mi vida ordenada de nuevo, el rumbo establecido y la meta clara y a la vista, sólo me queda esperar que todo empiece...¡ay! Septiembre, que tarde vienes siempre.
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