Un hombre...

 
Los "ayeres" pesan demasiado y los "mañanas", que están por llegar, no aportan nada nuevo a la existencia que se ha ido fraguando con el paso del tiempo. La rabiosa actualidad le ataca donde más le duele, ya que las cosas no mejoran económicamente, y el trabajo no llama a su puerta por más que él aporrea la del Inem cada primero de mes. Si le hubiesen preguntado hace un año, cuando apuraba las horas que le faltaban por despedirse de ese mugriento trabajo en el que se le escapaba la vida, que después de trescientos y pico días todo iba a ser exactamente igual que antes, quizá no se lo hubiera creído, pero la verdad es que si no hay trabajo para nadie, por qué iba a haberlo para él, así que pasa las horas ocupado en mil cosas para dejar la mente quieta.

Pasan los días, y en su nueva "oficina" entre las paredes de su casa, da igual que sea Domingo o Lunes porque el principio y el fin de la jornada lo marca el biberón que da a su hijo, y es él el que le marca las horas, a Dios gracias, para no desesperarse. Le cuentan que la cosa va a mejorar, que esto no puede durar mucho, pero lo cierto es que siempre es de noche en casa del pobre y que los únicos que saben disfrutar la vida son los que nos roban desde los atriles de manejo del estado, al mismo tiempo que nos toman el pelo entre los de antes y los de ahora que de tanto cómo roban se les ha perdido hasta el color, unificándolos en el negro del futuro que labran para su país. Hace tiempo también que dejó de oir las noticias, y de comer en casa de sus padres, donde el plato de comida sabía a política, a paro y a desahucios, pero nunca ha dejado de sonreír, sobre todo cuando levanta a su hijo de la cuna por las mañanas y éste le entrega su risa como premio por todos los sinsabores que se está llevando, aun estando ajeno a todo lo que pasa desde su pequeña estancia. La vida, se dice, es más hermosa que todo lo que le rodea, aunque a veces piense en tirar la toalla y mandarlo todo a paseo, y es necesario vivirla obviando sus desaires para no enfadarse con ella a diario. Nada de lo que le cuenten desde fuera le sirve, la única referencia que sigue es la que le marca su entregada esposa, que ahora tira del carro, y los balbuceos de su hijo cuando quiere decirle "papá" y sólo le salen cuatro letras. Es él el que le ayuda a tirar hacia adelante, ya que por lo menos lo está viendo crecer y ése es el mejor de los sueldos, aunque preferiría un salario, por bajo que fuese, para comprarle un juguete de vez en cuando o unos zapatitos para el invierno y es que no puede evitar soltar unas lágrimas cuando se acuerda de ello, al menos una vez al mes, como el Inem.

Pero todo esto habrá de cambiar, algún día conseguirá ese trabajo que le permita ayudar a su esposa en la economía del hogar, dejará de sentirse un don nadie cada vez que se acueste porque al día siguiente tendrá que levantarse para trabajar, y podrá comprarle a su hijo todo lo que quiera, o incluso a su hija, porque todavía no ha podido atreverse a buscar una hermana para él en estas circunstancias...algún día, mientras tanto, sólo queda la Esperanza, y capear el temporal como se pueda...  
 
Dedicado a todos (y todas) los valientes parados que engrosan las listas del paro de nuestro amado país.
 
Fuente fotografía: www.antoniodavidfo.blogspot.com  

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