Me llama...

Ajeno a las casas y a los edificios que me rodean, camino siempre deprisa y mirando al suelo, por lo que en no pocas ocasiones me cuesta ver a la gente; paso tan rápido, es tal la velocidad con la que se suceden mis pasos, presurosos, que apenas logro percibir lo que tengo alrededor, en cualquiera de las mañanas que voy hacia el encuentro de la fotografía. Últimamente me estoy deteniendo más, pero poca cosa, aunque cuando voy buscando algo en concreto, me surgen de pronto ideas ajenas a ello o, en general, poco relacionadas, que me hacen desviarme del tema y concentrarme en ellas por los más insospechados motivos. Una de esas ocasiones fue hace poco, aunque aún no sé por qué esa mañana reparé en esa pared, en la que una pintura más de esas que inundan nuestras calles, nuestros edificios más antiguos, los más abandonados, desde su emplazamiento recóndito me observaba de lejos, aunque yo no me daba cuenta. La pared de ladrillo, situada entre dos establecimientos poco llamativos, permanecía inmóvil, esperando a que pasara por su lado y girara la cabeza, aunque todo hacía pensar que iba a ser como en otras situaciones parecidas, es decir, que iba a pasar de largo sin más, quedando ella de nuevo en silencio, intentando en vano reclamar algo de mi atención. Pero no, una parada de mi acompañante en esa fría mañana, me hizo de pronto girar la cabeza, aún no sé por qué motivo, como digo,  para ver qué era lo que había en ese local, sin puerta y con tapia blanca decorada, que tanto tiempo llevaba ahí sin yo fijarme en ella.
 
De pronto, miré hacia el frente y quedé sorprendido, la pared que me llamaba, dibujados los ladrillos con pintura blanca y algo de marrón, era en realidad una ventana a mis adentros, a mis más hondos sentimientos, y yo había permanecido inaccesible, cerrándome en banda o simplemente caminando despistado, en una de esas calles de Granada que, por la de veces que la recorres, nada de ella te llama la atención. Pero ahí estaba, englobando en unos ladrillos olvidados toda la grandeza del arte granadino, toda la belleza de uno de los rincones más selectos de nuestra ciudad, todo el sentimiento de una tarde especial del año, toda la armonía de sonidos y colores que siempre nos viene a la mente cuando la evocamos en silencio. Me paré, la observé, y se me vinieron a la cabeza tantas cosas que hasta me hizo preguntarme qué habrá en ese lugar de Granada tan importante que hace que en cualquier parte te la encuentres y una sonrisa se asome a tus labios sin querer casi, cuando tu mente está ya revoloteando por sus cercanías, en esa tarde tan bella que sólo Granada tiene...
 
¿qué será lo que escondes, que en el rincón más inhóspito me llama?...

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