Cerrada...
...Hasta el año que viene...atrás queda una Semana Santa intensísima y plena de sensaciones, a la par que diferente a otras anteriores, por estar trabajando los primeros días y no poder participar todo lo activamente que me hubiera gustado, y por contar con un año más que hace acercarse irremediablemente la hora del adiós definitivo a esto que me llena y me activa, como a otros, para el resto del año.
Ahora que el toro ha pasado, me permito la licencia de hacer un pequeño balance de lo que he obtenido de esta Semana Santa de 2014 y, la verdad, es que no puedo decir más que cosas positivas, por lo que pienso que la madurez se ha instalado en mí definitivamente y no me tomo las cosas tan a la tremenda, aunque haya visto algunas que no me han cuadrado mucho y que serán tela a cortar en los cabildos correspondientes. Han habido momentos tan increíbles, tan reconfortantes, que creo voy a tener las pilas cargadas hasta la llegada de una nueva Semana, allá por el mes de Marzo de 2015, pero quiero quedarme con uno que, curiosamente, no ha sido un momento costalero, pero sí muy emocionante porque me ha hecho replantearme muchas cosas ya pasadas, y hacerme pensar si me ha merecido realmente la pena la decisión, que por su causa, tomé hace tiempo. No me arrepiento, no obstante, de nada de lo que hice, pero sí me arrepiento de sus consecuencias, que me han llevado a alejarme de algo que fue, es y será muy importante para mí. Ese momento tuvo lugar el viernes de dolores cuando, en compañía de mi mujer y mi hija tomaba un respiro en una terraza de las muchas que tiene Granada. Yo no lo esperaba, antes al contrario, pensaba que ya no habría de pasar por ahí pero, quizás por cosas del destino, la hermandad dobló la esquina hacia la calle en la que yo estaba y me encontré, de nuevo, cara a cara con su mirada. Inmediatamente un torrente de emociones se desató en mí, por el lugar, por los recuerdos que siempre me trae su rostro, y por los hechos acaecidos hace años en ese lugar que, ahora, echo de menos. Me quedé mirándolo lentamente, desde el primer momento en que apareció en mi campo visual hasta el último, en que su espalda me llevó a su barrio tiempo atrás, y yo comenzaba a entender cosas de Él, un Domingo de Ramos cualquiera.
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