Profesores...
No he sido buen estudiante, podríamos decir que lo era en función de cómo soplara el viento contra la veleta que presidía el tejado de mis entendederas. Pero lo cortés no quita lo valiente, y he llegado a entender un poco de profesores. Los he tenido de todos los tipos y colores, desde las entrañables profesoras que, en parvulillos, nos animaban a desarrollar la imganiación con plastilina, ceras, lápices de colores,...hasta los que se han ganado a pulso mi respeto y admiración por el dominio total y absoluto de sus asignaturas, pasando por todos esos que contribuyeron, sin pena ni gloria, a que fuera superando cursos en mi periplo académico.
Creo que no es mejor profesor el que más sabe, sino el que mejor transmite, consiguiendo que el alumnado se meta dentro de la asignatura hasta el punto de que no le cueste trabajo estudiarse la materia o, incluso, que llegue a sentir fascinación por ella, y en este ámbito son pocos los que merecen la palabra profesor a la hora de definir su profesión. Antes al contrario, son muy pocos los que puedo incluir en este apartado de todos los que han pasado por mis manos de alumno, ora aventajado, ora en el olvido, desde que empezó mi discurrir por las aulas. Dos colegios diferentes, cada uno con un carácter diferente, aunque los dos religiosos; el instituto, la Facultad, en dos carreras distintas aunque sólo llegué a terminar una, y ahora la escuela de arte, me han ayudado a forjar una idea acerca del profesorado y no puedo decir que sea mala, en general, aunque en todos los huertos existen cardos. Puedo entender que los profesores, como los alumnos, tengan sus días malos y buenos, puedo entender que ellos no son los culpables de todo, como tampoco tienen la verdad en su posesión en cada cosa que dicen; puedo entender que la materia sea más fea o más llevadera a la hora de explicarla, como también entiendo que hay asignaturas que son infumables por mucho que el profesor ponga de su parte. Entiendo que los alumnos somos un rebaño disperso al que cuesta mucho reunir para el pasto del conocimiento y que es muy difícil lidiar con determinados toros que, disfrazados de alumno, se cuelan en el ruedo y hacen más árdua la labor, pero lo que no puedo entender es la desidia, el pasotismo, la falta de criterio y la total ausencia de un programa, de unas unidades didácticas claras y de un dominio, al menos mínimo, de la materia que se imparte. No entiendo que sólo se critique y no se enseñe, no entiendo que se den clases improvisadas, apuntadas en la agenda del "donde dije digo, digo Diego"; no entiendo que se califique en función de quién te cae mejor o peor, y no entiendo que se le suponga la buena docencia a alguien que sólo es buen profesional de su materia. No entiendo que un alumnado, año tras año, sufra los daños de una mala transmisión de datos, por hacer un símil informático, y que un grupo entero se desanime y abandone unos estudios con los que hace poco soñaba pero, sobre todo, no entiendo que no se le ponga remedio.
Como no lo entiendo, como no llego a entender que existan interinos e incluso gente que ha aprobado las oposiciones sin plaza, mientras otros las ocupan aburridos o hastiados, no podré comprender, en consecuencia, que el profesor sea un elemento más del empolvado mobiliario de las aulas, ni que a ciertas personas se les siga llamando profesores; para mí, ser profesor, es otra cosa...
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