Vacío...

La puerta cede, al fin, ante la insistencia de siete vueltas de llave (aún no sabe por qué tantas, y eso que juró cambiarlo algún día) y el olor a cerrado inunda todo de momento; deambula por el corto pasillo, a tientas, desplazando con los pies alguna caja llena hasta los topes con esas cosas que no son lo suficientemente necesarias para incluirlas en una mudanza, ni lo suficientemente banales como para tirarlas a la basura, por lo que quedan en los pasillos testimoniando lo que algún día fueron, pero sin recobrar la importancia adquirida a lo largo de los años. Habitaciones cerradas se abren paso ante él, y consigue a duras penas llegar al panel de luz antes de caerse de bruces sobre la sábana que protege el sofá del paso del tiempo. Cuando consigue, al fin, levantar la palanca que activa la luz de la casa, comprueba con desdén que su habitación sigue encendida, recordándole la sombra que ésta hace contra la pared tantos momentos vividos, tantas cosas, que casi puede oler la pintura de la primera vez que, juntos, recorrierron el inmueble.

El salón está exactamente igual mas, sin embargo, nada encuentra en la estancia que se la recuerde, salvo la foto que descansa sobre la mesita auxiliar en la que el teléfono se ríe de él y de las veces que dijo que la llamaría para solucionar lo que ya no tiene remedio, secreto a voces compartido por casi todos menos por él, y del que tuvo constancia el mismo día que cerraba la puerta tras de sí, esa puerta que le invita al olvido socarronamente. El resto de la casa sigue en penumbra, cada resquicio con su dosis de importancia en esta historia, y le va asaltando poco a poco, a medida que va recorriendo las habitaciones decoradas a base de ver revistas hasta la extenuación, sentados en una caja de madera comiendo bocadillos del Aliatar, que es lo que priva en Granada, y el único indicio de haber albergado vida son las diferenci
as de claridad de la pared en los huecos de los cuadros. Todo le invita a la tristeza, todo se burla de él con insistencia mientras su desestabilizada mente intenta poner cada cosa en su lugar para empezar de nuevo y para siempre, porque se ha jurado no doblegarse ante el amor, por muy fuerte que éste sea, a fin de no volver a tropezar con la misma piedra ahora que todo empieza a normalizarse. Ni una mirada, ni un gesto, ni una sonrisa, habrán de causar en él más que una mera impresión y alguna mueca a modo de saludo; ninguna mujer habrá de ocupar en su restaurado corazón un lugar más importante que él mismo, y así no se verá obligado a hacer balance de cajas vacías cuando todo se vuelva a terminar...ella no tuvo la culpa, él no la tiene ahora, y se jura que el amor no volverá a jugar con él...


Fuente fotografía: www.nosvemosdeabandoneo.blogspot.com

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