Lunes...
Por la tarde, cuando el sol empieza a despedirse por unas horas de la ciudad jugando su reflejo con los cristales de las ventanas del barrio, el Señor del Rescate avanzaba solemne por Puentezuelas, mientras contemplaban la escena unos ojos que recordaban la de veces que habían visto al Señor junto a su madre, y otros, más pequeños, abiertos de par en par ante el estreno, el nacimiento a la vida cofrade de Granada, en brazos de su orgullosísimo padre, asentando la tradición familiar de rezar al Cristo de la Magdalena.
En mis manos, una bolsa de la desaparecida tienda de telas "La Villa" constataba que no iba ser un lunes cualquiera. ni siquiera parecido, al de tantísimos años atrás y es que, en su interior, la túnica de la hermandad ocultaba otro estreno, importante, para el que la sostenía incrédulo todavía, que se corroboró después al vestirme en Darrillo de la Magdalena; tomarme un café con nerviosismo; taparme la cara con el antifaz (ese tacto y ese olor a recién planchado), la medalla rozando mi cuello y no asida a la hebilla del pantalón; un paseíllo diferente hacia el templo, una hora diferente; cruzarme desde el anonimato con los que fueran mis compañeros de palo; la "tertulia" improvisada a los pies del Señor con amigos de siempre; el abrazo con alguno de los hermanos más antiguos; la visión de la trasera del palio asomándose por la entreabierta puerta de la sacristía (siempre el ojo del fotógrafo, Pepe...); el tañir de las campanas escuchado desde el tramo de penitentes; el aldabonazo en la delantera del paso; la presión de la cruz en el hombro; el comienzo de la marcha hacia la catedral...
Intimidad, plenitud, satisfacción, solemnidad, oración, rezos y rezos, la entrada en catedral a continuación del impresionante paso del Sagrado Protector, la visión de seres queridos y amigos tras la protección de un capillo que me permitió mirarme hacia dentro y tener consciencia de la verdadera penitencia, y de lo que se espera de un hermano de san Agustín cuando viste la túnica nazarena. No sabía que iba ser tan duro, no sabía que iba a ser tan reconfortante, no sabía que el haber dejado el costal me iba a abrir una nueva puerta hacia la Semana Santa, no sabía que un Lunes Santo pudiera ser mejor, no sabía que iba a desear volver a vestirme de nazareno, no sabía lo bonito que es caminar por ti y por los tuyos, emocionarte sólo con una sonrisa, y salir renovado al concluir la estación de penitencia...no lo sabía, pero ya nunca se me va a olvidar...
Fuente fotografía: web de la hermandad.
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