26...la calle.
Todo llega y todo pasa, a veces tan rápido que no sabemos si ha sido real o producto de nuestra imaginación, a veces tan intenso que dura días en irse de tu mente y te deja marcado de algún modo; a veces tan lento que te permite disfrutar a cada instante de todo lo que te rodea, hasta que tus sentidos se colapsan de tanto como están percibiendo...a veces, tenemos que volver al punto exacto en donde nos gusta vivir lo mismo cada año, para darnos cuenta de que el tiempo se para y de que, pase lo que pase, seguimos siendo lo que fuímos, aunque transformados por las "inclemencias meteorológicas"...en ese punto exacto de nuestro callejero cofrade ves las mismas caras, casi en la misma posición que el año anterior, y te sientes reconfortado, como si fueran los miembros de una gran familia que se reúne cada año y que se alegran de verse. Así veo yo esa calle, en la penumbra de las luces amarillas, bajo el azulejo que nos habla de la que manda en el barrio, y con la mirada puesta en el horizonte que se desdibuja por las tufaradas del incienso...ahí me encuentro yo, entre amigos, para ver al que me pregunta cómo voy con la sonrisa en los labios a través del aumento de sus gafas; y al que me espera para fundirme en un abrazo, sudoroso, en esa cortesía que sólo tiene la costalería, cuando uno abandona el paso y el otro se sumerge en él.
La calle, esa calle, la penúltima calle, con su pavimento gastado y su adoquín, su carga para los costeros y sus estrecheces, sus balcones semiabiertos y sus portales de toda la vida. Esa calle, en la que no sabes si es más bonito verla de frente, cuando su cara ilumninada lleva en cada lágrima un motivo para pedirle perdón por tantas cosas, o verla marcharse, cuando el cansancio de los costaleros le imprime una cadencia especial y diferente, y su manto se va alejando como se marchan las cosas que queremos. Cuando la banda se funde con las voces de la gente, las arengas del capataz, el sonido de los varales, el racheo del costalero, el bullicio de los que esperan, las puertas de un templo que se abren, el martillo cayendo sobre la delantera, y la luz de cada noche idéntica pero distinta poniéndole el color al palio, y a la calle...
Cada año la espero, la sufro, la necesito, la redescubro, la recorro y la hago mía, cada año su trazado le hace una muesca más a mi revólver costalero, y le quito un año al calendario que marca el final, cada año piso sobre pétalos al salir de ella y, cuando el frío de la noche me despierta de mi sueño, pienso en que ese día, a esa hora, en cualquier otro punto de Andalucía, alguien, como yo, estará disfrutando de su calle...
Fuente fotografía: www.pintoresusmochon.blogspot.com
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