Cosas de estantería...

Cuando empezamos a limpiar el polvo de una estantería y a recolocar sus espacios para que vayan adaptándose a los cambios, no somos conscientes, a veces, de que lo que estamos recolocando es nuestra propia vida. En cajas de cartón, supervivientes en la esquina de un trastero, viven los libros y las cosas que, en la última mudanza, dejamos apartadas para volver a ellas cuando fuese necesario. En esas paredes de papel prensado se refugian las historias leídas hace tiempo, marcando las páginas algún dibujo, algo escrito, una foto que hace que sonrías levemente al contemplarlo, de nuevo, mientras desempolvas, como digo, del tiempo y el olvido, los libros que se guardaron.

Una vela, un adorno, algún marco de fotos que ahora se engrandece al ocupar el nuevo sitio, han ido construyendo, poco a poco, día a día, esto que ahora llamamos matrimonio, y que es, en realidad, nuestra vida...aparecen, después de retirar con cuidado el papel de burbuja, alguna que otra figura comprada en la luna de miel, o aquellas cosas que te regalaron en su día para la otra casa y que hemos tenido protegidos desde que la abandonamos, no importa el tiempo que haga de eso.

Irremediablemente, las películas, los cds,...nos llevarán a una parte de nuestra existencia que tuvo hueco en otra ciudad, en otro trabajo, y que, sin remedio también, ha marcado nuestra vida de algún modo u otro, y recuperas en el acto la imagen de esa otra casa, donde todas esas cosas tenían el sentido justo de recordarte lo que quedaba atrás, cada vez que ibas al trabajo, cada semana del mes, cada mes del largo año...y ahora, entre las bromas de tu hija, los gestos cómplices con tu fiel compañera de batalla, las vuelves a colocar, cambiadas, con más años, quizá con menos sentido, en las nuevas baldas de esa reluciente estantería frente a la ventana que se asoma a la Sierra. Nuevas baldas que podrían ser perfectamente las bases de un nuevo episodio en tu existencia, las directrices de un nuevo trabajo, o simplemente, las fases, reorganizadas y actualizadas, de tu vida.

De pronto, sacas un libro medio desvencijado, casi rotas las páginas, el lomo inexistente, por lo que las mismas quedan sueltas a merced del lector, más o menos cuidadoso, que te hace recordar algo, un comienzo, una historia de algún amigo de la familia, una calle, un olor, una luz mortecina entrando vagamente por los resquicios de un ventanuco improvisado, algún toque de campana y, sin más, comprendes que siempre, Él hace lo posible para que sepas que esta ahí, y que debe ocupar un lugar importante, siempre, entre esas baldas de las que os he hablado. Ahí lo tenéis, siendo uno de los pilares más fuertes de mi vida, dormido en un humilde libro entre mis cosas de estantería...

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