El cielo de los macarenos...
No siempre el cielo es azul, hay veces que la infinidad de colores en la que se nos presenta hace imposible decidirnos por cuál es el dominante, siéndonos harto complicado decantarnos por uno cualquiera. Eso ocurre, por ejemplo, cuando, sólo una vez al año, nos adentramos en la basílica donde reside Nuestra Esperanza, y la de todos los que la buscan, que su nombre es tan grande que no existen fronteras de ningún tipo cuando de mirar su rostro se trata. Esa vez al año, en la que todo espera ya, en la que todo está preparado para ir iniciando el montaje de ese altar ambulante que es el paso palio de la Macarena, ese paso de palio de manual, en el que todas las cosas la esperan a Ella si quieren ser las cosas (parafraseando a Barbeito), en el que todos nosotros la vemos a Ella, sin estar, la buscamos a Ella, la necesitamos a Ella, si queremos ser nosotros...ocurre que, aunque parezca vacío, ausentes las jarras, la candelería, el pollero y la peana, aunque parezca que lo único cierto es que no hay nada, en realidad está todo. Sólo hay que saber mirar, para poder encontrar; abriendo las puertas del alma de par en par para sentir ese soplo de aire fresco que siempre se apodera de uno cuando entra por la Resolana y ya todo huele a Ella; hay que dejar los suspiros tendidos en el cordel del más hondo sentimiento, hay que abandonarnos y llegar desnudos, para poder llenarnos de Esperanza. Es muy fácil, la tarea que se nos presenta es bien sencilla, tenemos que entender que. aunque parezca que todo es ausencia total, nuestra mirada encontrará los recovecos necesarios para imbuirse de plenitud al girar la cabeza hacia arriba, y pedir por todo lo importante. Ahí está la medida de lo inmedible, la suma de lo insumable, la llegada de lo inalcanzable. Sólo hay que mirar hacia arriba, sí, hacia el Cielo sí, el cielo de los macarenos...
Fuente fotografía: colección particular Delfín Gandiaga
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