el "rinconcito" de la solera...

No sé si sabré expresar algún día, aquel en que aprenda a transmitir lo que siento sin que se me coja un pellizco en el alma, lo orgulloso que me siento de estar incluido en la nómina de hermanos de mi hermandad del Lunes Santo. No sólo por la manera que tiene de hacer las cosas, por la exquisita forma de presentar sus pasos en la calle, o por la pulcra rectitud con la que sus hermanos van en las filas, sino también por las personas que he ido encontrando a lo largo de estos años que han  pasado desde que ingresé en esta hermandad que me robó el corazón un Lunes Santo abrileño de mil novecientos noventa y tres. 

Yo, que desde mi "ceguera" costalera (entiéndase por ceguera no ver más allá de la visera del costal), nunca entendí qué había de difícil, de belleza, y de gratificación en vestir un hábito, me he estado perdiendo casi cinco lustros lo que he descubierto hace poco y que se ha convertido en uno de esos momentos que esperas con más ganas, aunque se haga complicado el llevarlo a cabo. Nunca pensé que un antifaz tenía tanto de intimidad, de reflexión y de "reseteo" del alma. Nunca imaginé que pudiera llenar tanto coger una cruz y seguir los pasos del Señor, pudiendo reflexionar en su sufrimiento, en su entrega, en su valor, mucho más tiempo y de una manera más personal, si cabe, que la que ya había vivido como costalero del Sagrada Protector primero, y de su Madre después, pero lo cierto es que es algo extraordinario esto de formar parte de las filas de nazarenos de una hermandad, que además, es la mía.

Pero si esto resulta ya, "per sé", algo gratificante y que te permite encarar el resto del año en paz contigo mismo, no menos cierto es que buena culpa de ello la tienen las personas con las que compartes estación, amigos las más veces, pero también personas de hermandad con las que te une, a decir de un pregonero, "algo muy grande". Esas personas se encargan de ayudarte a colocarte la túnica, de hacer el "paseíllo" hasta el templo contigo, de compartir contigo cosas vividas junto al que va a ir clavado en la Cruz unos metros delante nuestra, y se encargan también, de recordarte la historia importantísima que tiene la hermandad a la que perteneces, a tenor de lo visto en el tramo de cruces, desde hace muchos años. 

Entrar en el templo acompañado de un amigo que cumplió el año pasado veinticinco de hermano, saludar, al menos, a dos pregoneros de la Semana Santa dentro del templo, abrazar emocionado al que firmó como padrino el día de tu ingreso escuchándolo decir que se sentía orgulloso de seguir viéndonos ahí, con Él; esperar a que el paso del Señor arríe a centímetros de donde tú estás mientras te coge por los hombros algún que otro responsable de la refundación de la cofradía en la calle es de un valor incalculable que va, "in crescendo" cada vez que llega un Lunes Santo y, al mirar las caras de unos y otros, compruebas que eres un privilegiado más no sólo por estar en ese tramo de cruces, con los amigos, sino por formar parte de un "selecto" grupo de "jartibles" amantes del silencio, del racheo y del esparto, que constituyen, incansables, el "rinconcito" de la solera...

A todos, gracias, por todo...

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