Granada en cien fotos


El paseo resulta agradable hasta la casa casi centenaria, desde que dejamos el coche, porque en Granada hay que olvidarse del coche y pasearla, que es la única manera de sentirla, puesto que el alma de Granada está en sus calles, en sus gentes, y en la luz que juega constantemente con ellas llenándolas de unicidad.

Cuando, tras la antepenúltima cuesta de adoquín llegamos a la explanada que precede al portalón que sirve de acceso a la casa, poco podemos imaginar lo que se esconde entre sus muros, salvo que seas un alumno aventajado y ya hayas pisado anteriormente sus losetas, y sorprende, vaya si sorprende, la vida que se oculta, nunca mejor dicho, en el jardín de la vivienda. Sus ventanas se asoman a un vergel en el que florecen, estación por estación, un sinfín de árboles y plantas, y el silencio se apodera del entorno, que hasta podríamos decir que se trata de un convento de clausura, tal es la calma que se respira. Sus moradores, viven ajenos a bullicios urbanos, y es que esta casa es como si no estuviera en la ciudad, como si estuviéramos a muchísimos kilómetros, como si el campo fuera lo que la rodea y no la urbe. Cómo no va ser bonita Granada, si hasta que no la tuvieron en su poder los Reyes Católicos no cesaron en su batalla...

La Alhambra se alza impresionante sobre el verde bosque de la que fuera otrora vivienda de marqueses, y el tiempo se para ante mí, mientras me siento en un banco al frescor de la tarde y bebo un vaso de agua del "pilarillo" que, muy próximo a mí, me ofrece el líquido elemento como el mayor de los trofeos, saciando mi sed, pero no mis ganas de Granada...

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