Los comienzos...
No sé responder, la verdad. No acierto a emitir una respuesta coherente sin que falte a la verdad por algún u otro lado, y es que es muy difícil descifrar en unos segundos qué fue antes, sí el huevo o la gallina. Si me pongo a rebuscar en el cajón desordenado donde se almacenan (algún día pondré orden y veremos a ver qué pasa) todas las cosas que fueron, hay varias que me acercan a mis orígenes cofrades, que podrían arrojar algo de luz a ese vacío en el que, inevitablemente, vive todo lo que a esta época se refiere, porque fueron muchos los que contribuyeron a que yo, hoy, sea el "jartible" que soy, con mis puntos y mis comas.
Los años no pasan en balde, así que resulta harto complicado vislumbrar tras los visillos del tiempo que ha ido pasando cuál de las imágenes es más antigua y, por tanto, merecedora de ser llamada la pionera a partir de la cual se fue construyendo mi bagaje cofrade, así que no sé qué contestar. Podría ser una desaparecida para el itinerario procesional Plaza de Bib-Rrambla (lateral izquierdo según se mira desde la calle Príncipe), detrás del kiosco de las flores y frente por frente de la juguetería, viendo pasar la efigie de un Cristo con la cruz a cuestas (ignoro a qué hermandad pertenecía), mientras mi paciente (y valiente) madre se desvivía por meter en vereda a cuatro niños cuyas edades estaban separadas sólo por cinco años, o esa otra en la que un paso de palio, desdibujado el rostro de la Virgen por las tufaradas del incienso, avanzaba subiendo la rampa de la catedral y yo, muy pequeño y en primera fila, pegado a sus rejas cerradas (no siempre se ha entrado dentro de la S.E.O granadina, como sabréis) me agarraba a las piernas de mi padre para que no me arrastrasen a empujones mis vecinos de pipas y "¿ésta cual es?, aunque siempre sea la Virgen de los Dolores.
Cualquiera de las dos podría ser la primera, cualquiera de las dos me vale como comienzo de esta andadura que he ido enriqueciendo con momentos importantes a lo largo de los años; cualquiera de las dos me pega un pellizco que retuerce por dentro, cada vez que vuelvo a mirarlos con los ojos de la primera vez. Después de estos, otros en los que mi padre, cansado del trabajo del día entero, todavía tenía fuerzas para cogerme de la mano y, así, llevarme hasta la Plaza Nueva donde, ahora sí que la veo, la Esperanza volvía al templo. Recuerdo que le hablaba a la cuadrilla, desde dentro, para mí, como presintiendo en mi cuerpo de niño que algún día escucharía, desde abajo, al capataz batiendo las andas de la que manda en Santa Ana. Otros, distintos, pero igual de intensos, cada Miércoles Santo de mañana para acompañar al que muere en taracea y recorre la ciudad en total oscuridad para que sólo sea su luz la que nos salve...
Así me he ido formando, así me han ido haciendo; con estos cimientos he llegado a hablarle de tú a mi Semana Santa, a mi ciudad, y a sus tradiciones, ya que la mejor forma de ser de tu ciudad es integrarte en su folclor, porque es tuyo y suyo, y así te sientes parte de algo importante, aunque tú no seas más que la última "piececita" del entramado. Así he llegado hasta aquí y, cuando estoy escribiendo esto gracias a que una amiga me preguntó cómo vivía yo las hermandades, y por qué había entrado a formar parte de ello, siento que mi manos están fuertemente sujetas, protegidas y seguras, otra vez, como antes, como siempre, calle Reyes Católicos arriba, porque he vuelto a ser niño, y mis padres me enseñan su Semana Santa...
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