Poniéndole texto a una foto...
Ella estaba sentada, allí mismo, sobre la misma piedra que daba al lago, donde de niña pasaba todas las vacaciones. Las que más le gustaban eran las de verano, claro, cuando todas las cabañas se llenaban con las familias de siempre y ella jugaba con los demás niños, que después fueron los demás adolescentes,...Ahí es donde estaba realmente, no jugando con la espiga a hacer círculos sobre el espejo del agua para que la física ondulatoria hiciera el resto y toda la superficie se llenara de anillos concéntricos hasta donde alcanzaba la vista. No, ella estaba más allá del sol entrando y saliendo del agua como bañista omnipresente, más allá de la arena del fondo que se veía a través del limpio cristal, húmedo y transparente y, por supuesto, mucho más allá de sus actuales cuarenta y pocos, escuchando tras de sí las risas de Abril y Cloe, gemelas en todo, pero en todo, todo.
Ella estaba en sus catorces años, cuando cogía la bicicleta y salía cuesta abajo hacia la cabaña 5, donde Alberto le despertaba algo más que la curiosidad, y por eso lo buscaba, es decir, lo buscó, y lo descubrió una tarde fresca al amparo del sauce; también se descubrió a sí misma, pero en aquel momento no lo sabía, perdidos sus ojos en el próximo camino por si alguien los encontraba. Ahora todo era distinto, la risas de sus hijas le recuerdan a las suyas, y en sus ojos ingenuos y despiertos ve también su ingenuidad de entonces, que todavía le juega malas pasadas cuando Alberto pasa por la puerta de su cabaña, y le guiña, mitad malicia, mitad complicidad, como buscando en su nuevo "look" los cabellos rubios que mesaba bajo el sauce...un golpe de agua bañando sus manos la saca de su "abandono", y corre hacia las niñas que la reclaman para el almuerzo, ahora es primavera en el lago, pero ella, cuando vuelve, vive siempre en verano....
A mi amiga Judit Paradinas, por los ratos de luz de seguridad, proyector y desayunos.
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