Perderme...
Nunca te vi, por tu barrio, cuando las celosías del convento no dejan pasar la luz al estar tras ellas las monjas que te ven partir al encuentro de Granada. Nunca te vi, derramando tus lágrimas por las calles de la Judería, antigua como las cuestas que preceden a la Alhambra, cobijada por el palio tan distinto, tan parecido, porque nada cambia si eres Tú la que nos llama a mirarte, y no podemos distinguir estos azules nuevos de aquellos otros porque es tu cara lo único que debe mirarse bajo el cielo de tu barrio. Nunca te vi, que mis pasos cofrades me llevaron lejos de la collación por donde discurrió mi infancia estudiantil, a esa otra que siempre ha sido la mía, donde muere el que protege a la ciudad en la que vives, en la que reinas. Nunca te vi, mis ojos no saben cómo te mecen los tuyos, cómo se derriten los pabilos llorando la cera sobre tu candelería, cómo se engalana Santiago, Molinos y Fortuny cuando pasas por ellas sin que nosotros queramos, porque si pasas no vuelves hasta el año siguiente. Nunca te ví, porque formas parte de la Semana Santa no vivida, la que pertenece a la ciudad pero no al cofrade de Lunes Santo, que esa misma jornada busca su historia bajo el hábito de su hermandad que, por eso no te ve, engrosa la nómina del mismo día. Formas parte del Lunes que leo en los diarios, que veo en las redifusiones, que conozco por fotos y por actos fuera de la Semana Santa, pero que no he vivido nunca porque me llama lo mío, y nunca te he visto llorar cuando vienes cansada en la madrugada del martes, ni te he visto iluminada por las luces esquineras que transmiten tu pena con débil iluminación. Conozco tu cara, pero no tus maneras, conozco tu palio, pero no sus mecidas, conozco la calle, pero no sus sonidos…
Nunca vi como la flor
oculta tu filigrana;
ni sentí como te llama
tu barrio en una Oración.
Nunca vi como tu amor
se desgrana por Santiago
haciendo morir humano
al que nació redentor.
No conozco las hechuras
que te hacen ser distinta
bajo tu palio que encinta
un rosario de Amargura.
Pero sí puedo decirte
y mi promesa te dejo,
que buscaré tu cortejo
mientras que pueda escribirte
tendré que reconocerme
en mi realejo perdido
y, conteniendo un gemido,
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