Nadie muere con tu altura...

 


Aquí estoy, Señor, de nuevo ante el folio en blanco y el bolígrafo intacto, para cambiar el rezo racheado de anoche, por uno más tranquilo, ya con los nervios calmados, secado el llanto, equilibrado el pulso y la mente serena. Hoy me siento para darte gracias, porque Tú has querido hacerle un regalo a tu ciudad, en esta Semana Santa aciaga, que se nos ha ido sin empezar, en la que muchos familiares y amigos no han podido rezar a sus titulares a la manera andaluza, por las calles, y a tu cuadrilla, porque necesitaban ir debajo de tu paso, para darle a su vida la fuerza necesaria. 
 
Dos días ha durado la semana, Señor, un Domingo de Ramos que, por cosas de la climatología, fue Jueves Santo, y ayer, Viernes Santo que es como si hubiese sido Lunes, por ser el segundo de cofradías en la calle; pero, y ahí está lo más importante, sólo uno de estos dos días tuvo a bien el sol asomarse a Granada, y fue para mirar tu cara mirando al cielo, Dios Moreno de los escolapios, cuando asumes tu rango y tu valentía y obediencia al padre nos sirve de ejemplo y de guía. 

Ayer, Señor, muchas cosas esperaba del día, no menos de Ti, y de tu forma de ponerte en la calle, porque necesitaba como los tuyos, como los míos, resarcirme, realizarme, y sentirme el que fui, otra vez en mi sempiterno Viernes Santo, y tu paso se me antojó como el Jordán aquella vez que san Juan te bautizaba, porque nací de nuevo a la costalería, a la carrera oficial y a la Semana Santa, bajo las doradas andas de tu paso, en mi bautismo de fin de Semana Santa, de principio de otra etapa costalera. Señor de la Expiración, qué regalo el de anoche, qué forma más bonita de recibirme y qué saber estar el de los tuyos, para abrirle los brazos a un extraño, un exiliado apátrida, en busca de un oasis para su desierto, y hacerlo sentir como en casa. 

De ayer podría escribir un libro, una encíclica de agradecimientos, sólo con lo que me hizo sentir tu cuadrilla, mi cuadrilla, porque Tú quisiste salir ayer, solamente, para volver a sentir bajo tus maltratados pies el corazón de los tuyos, que no habían podido llevarte, algunos, desde hace diez o doce años; porque quisiste volver como Tú eres, con una tarde acorde con tu inmensidad, y con un andar a la altura de tu majestuosidad. Sólo por eso, porque Tú quisiste salir a la ciudad, a perdonar mirando al Cielo, a pescar almas en cada revirá, a mí se me han cerrado las heridas, y me acosté anoche con más amigos, más abrazos, más sonrisas sinceras porque, Señor, a los que ya tenía de tantos años bajo tu Bendita Madre, sumo los que ayer te pasearon por Granada. Te doy gracias por cada relevo, por cada levantá, porque tus capataces me dejaran guiar tu nave desde abajo, por el recibimiento, la acogida, por ser escolapio, granadino y costalero. Te doy gracias porque, cada vez que cierro los ojos, te veo bajar por san Matías, salir de Catedral, recibir el beso del sol sobre tu puente, gracias porque te llevamos vivo, y tu mirada al Cielo es la Esperanza que necesitamos. Te doy gracias por los tuyos, y por los míos, por el reencuentro, por la nueva amistad, porque Tú sabes, Señor, que los pasos unen, y que levantarte al Cielo tras el tercero de martillo aprieta los lazos hasta hacer un nudo que ya nunca se desatará. 

Anoche, Señor, comprendí muchas cosas, y mi corazón volvió a latir al ritmo del tambor y la corneta para llevarte, con los tuyos, con los míos, por las calles de una ciudad que estuvo a la altura, y por la que paseaste, poderoso, a cada mano de tus costaleros. La tuya es una familia enorme, padre e hijos debajo de tus andas, aniversarios que abruman bajo tu paso, voces amigas y veteranía escolapia, apellidos que vuelven a sonar tras los faldones, lágrimas que fluyen otra vez al nombrarte, al mirarte, ahora que los niños que fuimos llevamos de la mano a monaguillos de nuestra misma sangre, y me enorgullezco de ser de esta familia, y te agradezco que me hayas hecho otro hombre, otro costalero, aunque sea ahora que voy de recogida. 

Señor de la Expiración, gracias por la noche de ayer, por mi nueva vida bajo tus trabajaderas, por las miradas cómplices, por mi familia en el relevo, como siempre, y porque, contigo, con los tuyos, con los míos, mi vida sigue en blanco y negro, coloreando un eterno Viernes Santo. 

Hermanos, ponerse la ropa, que sale el Señor de Puente...  

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