leer...
Se está marchando el mes de Julio, ya la "Carmelilla" sevillana de san Gil salió para sonreír a su barrio antiguo, y el Perchel malagueño disfrutó con esa otra "Carmelilla" que es un rosa en el jardín de esa ciudad cuyo sol es la envidia del andaluz.
Se va Julio, como digo, y el calor ya está haciendo mella, desde hace tiempo, en nuestros cuerpos que a duras penas consiguen zafarse de su efecto durante el día, y que se rinden a la evidencia de la noche, de dar vueltas en las sábanas y de no encontrar la postura de ninguna manera alcanzable. Julio nos despide dándole la bienvenida a Agosto, a las vacaciones más que merecidas, y al descanso de tumbona y sombrilla sobre la arena de Fuengirola, y ya estoy preparando el hatillo con algunos libros, bien abandonados durante el invierno por haber leído otros, bien adquiridos "in situ" en los puestos que, a lo largo del paseo marítimo, me ofrecen una suculenta variedad. Y es que, os lo puedo asegurar, no existe, para mí, más placer que sentarme cerca del mar, mirando de vez en cuando hacia la orilla donde los niños hacen y deshacen castillos, mientras mi mujer toma el sol a mi lado y mi hija juega con sus juguetes, y abstraerme, ora en el agua, ora en las páginas, dejando mi mente tranquila y libre, a mis dedos recorrer suavemente las páginas, llenándose de ese olor a libro nuevo que tanto me gusta percibir, y que tantas cosas me transmite mientras vuelo, sin moverme, a todos esos mágicos lugares que se esconden en el interior de ese maravilloso invento que es un libro.
Cuando llegan las vacaciones, me acuerdo del progreso, de Gutemberg, de los escritores que me han forjado el intelecto, de ese profesor que me fomentó la lectura y la escritura, y que se enfadaba conmigo porque podía dar más de lo que daba. Me acuerdo de todos los que, alguna vez, me han regalado un libro, de lo que sea, y a todos les doy las gracias porque sin ellos, yo no estaría pensando, a finales de Julio, que ya mismo me voy a disfrutar de mi familia, del mar, y a leer...
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