Los amigos...
Los amigos no se encuentran en el "caralibro" (gracias Judit), que ahí tienes que purgar de vez en cuando para que el armario no huela a rancio, y salen moscas de él que miran tus cosas pero no te saludan por la calle, incomprensible, pero cierto, que diría mi madre.
Ellos, los amigos, se cuentan, no sé si con los dedos de una mano, o con los de las dos, porque hay gente que tiene amigos de verdad y le faltan dedos para enumerarlos, usando incluso los de los pies, pero lo cierto es que se cuentan, como se cuentan las cosas verdaderas, esto es, sin necesidad de llamarlas. Un amigo, de esos que están contigo desde que la primera monja te tiró de las patillas, no va a hacer falta que le digas que algo te pasa, porque sólo con ver cómo llegas a la cita ya lo sabe. Y no pregunta, actúa, poniendo el parche antes de la herida y dando al traste con las nubes negras sobre el cielo raso de la existencia de cada uno. A lo mejor no te llama todos los días, acaso no te felicita el cumpleaños, o pude que sólo lo veas una vez al año, en esa carambola de horarios obligada que os marcáis para despedir el año juntos, o cuando lo abrazas vestido de nazareno al salir vuestra hermandad a la calle. Un amigo no llama, viene directamente, se entera sin saber cómo, cuando las cosas se tuercen, y te brinda su mano para aguantar contigo el envite. Se alegra con tus triunfos y los proclama, se entristece con tu dolor y lo minimiza, te escucha y habla contigo, no de él, cuando lo ves en el mismo sitio de siempre o te lo encuentras por la calle. Puede que hayan pasado años sin verlo y cuando te lo encuentras de nuevo, es como si volvierais a tener la misma edad, y vivierais de nuevo en el viejo barrio.
Un amigo aparece en el estribillo de una canción cantada a coro, en el pasodoble de una comparsa en una plaza nocturna, en el pase de gol de una peña de los jueves, o en el penalty parado en unas semifinales. Aparece en un trampolín de una piscina extinta, tras el teléfono cuyo número no has olvidado, en un pupitre de un colegio de curas, en un dibujo de Semana Santa en la clase de don Emilio, o en partidos del trofeo promoción. Un amigo cena contigo en un bar de Almuñécar al darle una invitación, o te lleva a la boda, recordando juntos lo que os gustaba ver la Aurora por los grifos, en su coche azul, y nuevo.
Los amigos están ahí, paseando por Granada con una cámara en la mano en un simulacro de examen, o vendiéndote un cd siempre con la misma sonrisa que tiene, por cierto, reflejos verdes. Están contigo cuando un capataz llama en esos pasos que compartís y colocándote una faja de esparto cualquier tar de Lunes. Ahí están, acordándose de ti cuando un conocido busca óptico, y pagando una cerveza al enseñarte una ecografía, o llevándote a la tienda un pregón porque saben que te gusta leer a los poetas. Los amigos no tienen sexo, y lo mismo te llevan a Motril en un viejo Corsa destartalado, que dejan su jura de bandera para irse contigo a vender gafas.
Amigos, que se acuerdan del Santo de tus hijos, y de tus padres, que preguntan por tus hermanos cuando hace tiempo que no saben nada de ellos, a los que vas a buscarlos en Agosto a su casa y les enseñas a hacerse la ropa para su primer año de costalero, en lugar de ir esa tarde a la piscina. Amigos, que con sólo recordarlos ya te ríes, ya te emocionas, y que se enorgullecen, como yo, de tenerme en esa lista selecta en la que yo los tengo a ellos y donde sólo caben, ¡quién si no!, los amigos...
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