París...

                
                Anochece…las calles se van intuyendo como serpientes iluminadas por la luz de la luna, sigilosas y expectantes, antojándose cada punto de luz sobre su piel una bombilla de tungsteno en cualquier acera del boulevard. El sinfín de personajes que lleva consigo la noche salen de sus madrigueras como escondiéndose, temerosos del público vespertino, tan ligero de lengua como de libertinaje, mientras se dirigen a sus puntos de reunión, o de trabajo.

                París, de noche, es terreno de poetas sin musa que lloran lágrimas de tinta al amor que perdieron o que nunca encontraron. De pintores que sólo piensan en el amor, aunque éste sea propiedad de otro y ellos lo tengan alquilado por el irrisorio precio de una copa de vino al calor de una lámpara de gas. Terreno de cantantes de piano de bar, que es el único lugar en el que no se sienten solos. Terreno, en fin, de artistas que han hecho de los cafés de Montparnasse auténticos cuarteles generales en donde se libra la batalla del amor de pago y el champagne con sabor a derrota, batallas que nunca se ganan y que el amanecer sorprende…

                París es la ciudad de la luz, pero de una luz que se transforma en sus noches, reluciendo en las esquinas de Pigal, haciéndose lúgubre en la Isla de san Luis y casi mortecina en Mont Matre. La luz que ilumina París de noche es el auténtico motor de la ciudad, con sus noctámbulos de acera, sus borrachos cantando tristes melodías de Piaff, y mujeres de mala fama acusadas y traicionadas por los mismos que las solicitan, mientras su reputación se desvanece con el humo del cigarrillo que fuman.


                París,…romántica, culta, poética, mil veces dibujada y fotografiada, es imán para todo aquel con alma de bohemio, todo aquel que quiera hacer hablar a una vieja rolleiflex, revelando en cada carrete su vida misma, gota a gota, o componiendo música desde cualquier buhardilla de la señorial urbe, siendo cada nota del pentagrama un lamento desgarrado a su propia existencia…¡oh lá,lá París!, tu noche es triste y será triste, por mucho que tus artistas cuenten tu belleza, por mucho que nos digan lo que escondes bajo la tímida luz de farolas esquineras, por mucho que el lastimero discurrir del Sena nos hable de momentos que se fueron, siempre te faltará algo para ser completamente bella, porque sólo lo eres realmente en esos momentos en que dos enamorados se besan en tus parques, se cogen de la mano por tus calles o se fotografían en tus puentes y eso, París, es tan efímero, como el vaho que sale de sus respiraciones entrecortadas una mañana fría de tu cruel invierno…

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