Tívoli...
Nunca he ido. No por nada en especial, sino porque no soy yo muy amigo de parques de atracciones, ferias y "cacharritos", y sólo sé de él lo que leo al pasar hacia la playa en la carretera, la "cancioncilla" con la que se anuncia en la radio, o lo que me cuentan mi esposa y mi cuñada que, de niñas, fueron muchas veces durante sus vacaciones estivales en Fuengirola.
Nunca he ido, pero le tengo cariño. Su nombre me despierta una alegría que sale de dentro, no sólo por recordarme al verano, las vacaciones y el mar malagueño al que me estoy acostumbrando a fuerza de ir con mi mujer, sino porque su nombre lo pronuncia mi hija con su "vocecilla" de cuatro años, embadurnada de arena, sentada con su gorra a la orilla del mismo mediterráneo, pero tan distante y distinto al de mi infancia.
Ella se está haciendo al mar en la Costa del Sol, yo me hice en la Tropical, curtiendo mis pies las rocas de unas playas limpias, transparentes y frías, mientras que los suyos se queman con la arena de otras playas, y el olor a espeto es diferente aún siendo el mismo pescado el que se asa en las barcas. Nada es igual, ni siquiera parecido, y mientras mis recuerdos me llevan a "Las Góndolas" donde las fotos familiares me muestran que yo aprendí a andar allí, mi hija se suelta a nadar en una playa donde casi siempre haces pie y la temperatura del agua hace gala al nombre de la costa.
Ya mismo estaré allí, otro mes de Agosto más, jugando con ella a lo que su mente ingenie, llevándola al tiovivo a montarse por la noche, y bañándome hasta quedar arrugado sólo por verla disfrutar del mar, y de mi compañía, de la que tanto carece durante el año. Mas, cuando el tiempo pase y mi pequeña se haga mayor, quizá desde otra playa más mía, quizá jubilado, cuando vea un avión recorrer el cielo azul del litoral con una pancarta de propaganda colgada, me acordaré, no sin nostalgia, de ese centro de atracciones malagueño, y de esa "vocecita" que, señalando con el dedo la avioneta, reclama mi atención diciendo: "mira papi, el Tívoli"...
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