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lla era vecina del barrio, como su abuela y su madre y, como ellas, llevaba el nombre de la Virgen desde antes de ser concebida, por lo que la bautizaron así en su parroquia, ante sus ojos, una lluviosa mañana de Marzo.
Después, Ella fue testigo de sus correrías, sus noviazgos, su boda y el bautizo de su hija, que también se llama como la Virgen, y siempre estaba presente en misa, en los cultos, en cada celebración y acaso cada día, porque ella no pasaba uno sin ir a contarle sus cosas a la Vecina más importante del barrio.
Cada Semana Santa, desde hacía muchas, antes de salir la Virgen a la calle, plantaba un beso en el manto, dejando con él su agradecimiento por tantas cosas, y su oración siempre emocionada. Siempre andaba por la trasera del palio secándose las lágrimas casi a la par que el capataz llamaba a su gente pero, cosas de la vida, ya no está... Hace tiempo que se la llevó una cruel enfermedad, y sus labios no pueden rozar el terciopelo de su Virgen cada día de la salida, pero por cosas de la priostía, de la Virgen y de sus grandezas, Ella, en su manto, es la única que lleva una flor cada vez que se echa a la calle…
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