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orque esperamos tenemos ilusión por lo que ha de venir, y notamos el nerviosismo cuando ya vemos que la ciudad empieza a sacar del armario la ropa de domingo para lanzarse a la calle. 

Notamos las cosas así, en los pequeños detalles, y así las necesitamos, para ir tomándolas poco a poco en la justa dosificación medicinal, porque estos días son una medicina para el alma. 


En todo lo vemos, pero sobre todo en la luz, en el color de las calles, en el aroma del aire, en el fresco que te pega el "repullo", en la mayor longitud de las tardes, en el " limpiaplata" y las gamuzas, en las tapas de los bares recuperados y vueltos a visitar en estas fechas, en las comidas de las madres y en el sabor de toda la vida del día grande de la salida. A mí, mi Viernes Santo me sabe a arroz con leche de mi madre y a natillas de mi abuela...

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