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leva muchos años haciéndolo; tantos que ya empiezan a pesarle y las nubes de la retirada ya quieren ocultar el sol de su costalería, pero él se resiste todavía, que mientras haya fuerza en sus piernas su costal seguirá prestándole al Señor la ayuda que necesite.
En cada forma distinta e idéntica en que cada año se calza su ropa, él lo hace contando con todos los que, a su vera, le hacen la vida más “vida”, y comparten su tiempo con él a cada revuelta del año, que no es poco. Y lo hace poniendo sus cinco sentidos en cada detalle, en cada pliegue del costal, en los modos bajo el paso, para que el canasto se afirme sobre él y sus compañeros, amigos ya, y el Señor no sufra más y los clavos no horaden sus manos salvadoras más de lo que ya lo han hecho.
Y la puerta se acerca, con la luz de la tarde iluminando la rocambolesca y aparentemente desordenada labor de la ebanistería y las voces serenas del capataz ponen la nave inmensa, la mole dorada, ante el dintel de media vida de hermandad. Avanza tranquilo, sus manos en el palo de enfrente, yéndose a tierra para salvar la cruz y sintiendo sus lágrimas caer cuando, al fin, la gente aplaude al Señor ya en la calle, un año más, y el Himno Nacional rubrica con sus sones su labor, recordándole, los pelos de punta bajo el paso, que es español...y costalero.
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