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A

llí se cruzaron, cuando en ellos empezaba a avivarse la llama, uno hacia abajo, otra en el sentido contrario, para comenzar a dedicarse las primeras palabras, las primeras miradas, siendo testigos los azulejos de las devociones centenarias del barrio.

Así fue, como sin pretenderlo, Ellos urdieron la manera de ponerlos a los dos en esa puerta para que siguieran el camino indicado hacia donde el amor les llevase. Años después, que la vida es corta y pasa en un suspiro, allí siguen, con sus hijos de la mano, rubricando sus oraciones el inmenso agradecimiento que sienten por lo recibido, que no es poco.

¡Niño, deja a tu hermana y guarda silencio!... Ya sale la cofradía...

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