12...
C |
uando el paso de palio emboca la ojiva, el murmullo reinante en la plazuela se apaga y todos los ojos se centran en Ella para no perderse ni un instante de la salida. Entre el público, una mujer de tantas empieza a luchar, apretando el puño y los dientes, mientras el paso, a órdenes de ese director de orquesta que siempre es un capataz, va salvando, poco a poco, el persistente muro que tampoco quiere dejar pasar la oportunidad de rozar el palio.
Durante la maniobra, dura, breve y precisa, ella no ha dejado de mirarla, hablándole en silencio, los nervios a flor de piel, como si ella misma estuviera debajo, sintiendo como suyos cada gemido del costalero, cada orden, cada paso, cada sentimiento...sus lágrimas ya empiezan a brotar, a pesar de que ella intenta contenerlas, como sabiendo que si el agua sale, ella no percibe el último esfuerzo, y se resiste a ello con todas las fuerzas de las que dispone.
Al final, el palio, en mitad de la plaza, es recibido con júbilo por los allí congregados, pero ella sabe que queda el trámite decisivo, el momento en que los hombres, ya con el Himno Nacional en los cielos de la ciudad, deben levantarlo desde las rodillas, para que flote sobre sus cervices durante toda la noche. Ella se encoge al mismo tiempo que el martillo suena y respira, aliviada, cuando la ve mecerse sobre sus treinta almas, un año más.
Ahora sí, las lágrimas salen, ella se seca con su pañuelo y, emocionada, avanza hacia donde el palio se ha detenido, toca el respiradero para sentir el calor de los "hombres de María" y ya se va retirando cuando, el capataz la toma de la mano, la acerca a la delantera y llama:
"Fulano...esta levantá va por tu madre, que la tengo aquí al "laíto""...
Comentarios
Publicar un comentario