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ay una Semana Santa en blanco y negro. Una que nunca vivimos y que nos llama desde desgastadas fotografías que tantas veces hemos visto, ora en nuestras casas de hermandad, ora en los libros de cabecera que todos tenemos en nuestras estanterías.
Esa Semana Santa nos habla de siglos de historia, desde la antigüedad de nuestras imágenes, desde los años en los que se vienen celebrando rituales, cultos y reconocimientos a éste o aquél gesto hacia la ciudad de un Crucificado, un Nazareno o una Dolorosa.
Una Semana Santa donde la ciudad misma era un aprendiz, y las imágenes se nos presentaban en "carrozas" desprovistas de la gracia costalera, la flor se salpicaba en los inexistentes canastillos y se usaba, más que para completar, para tapar las carencias de una pobreza que a todos afectaba, como a las cuadrillas, por igual.
Esa Semana Santa sepia, en la que reconocemos a nuestros Sagrados Titulares, en la que vemos imágenes que dejaron de ser y templos ya extintos por la burocracia municipal, también nos muestra, claramente, y nos enseña, que si no hubiera sido por ella, por los desvelos de esos rostros antiguos asomados en blanco y negro a nuestra España, a nuestra Andalucía, hoy nosotros no veríamos la nuestra en color...
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