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onoce a todo el mundo, y todo el mundo lo conoce a él, dentro de los límites que establecen las puertas de entrada al barrio, por donde antaño salían y entraban los comerciantes a la ciudad.
A todos...desde el último niño nacido en el barrio, hasta la abuelita más longeva; no hay ni uno de los que no sepa el nombre y a los que ayude, en su justa medida, cuando así se lo solicitan, en las innumerables ocasiones en que se encuentran.
A él le gusta pasear por su barrio, y pararse ante los puestos del pescadero, que limpia con tesón su género, ante la puerta del bar donde se reúnen los mismos a las horas sabidas, o ante los portales donde sus vecinas se alegran cuando se para un ratito a saludarlas para seguir con su ruta. Le gusta saludar a todos los que lo llaman desde los balcones, dedicándole siempre una palabra cariñosa, entre las macetas que imperan por doquier tras las rejas.
En los días grandes de la Semana Santa, disfruta más si cabe del barrio, al que acuden gentes que no van durante el año y se alegra enormemente de volver a ver las caras, ya mayores, de esos niños que se fueron buscando un trabajo, y hoy regresan con sus hijos a recorrer sus calles, buscando su propia historia.
Esos días, él sale a mediodía, porque le gusta tener tiempo para dedicárselo a sus vecinos que, reunidos como digo por familias, esperan ansiosos volver a saludarlo para contarle sus cosas, cuando el sol anuncia en la torre la hora señalada...
¡¡Oído!! ¡¡Los dos costeros por parejo a tierra!!...su barrio le está esperando...
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