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U

n devastador incendio acabó con todo. No se sabe cómo, de pronto las llamas hicieron presa de la iglesia en donde residía la hermandad, y del Señor no quedaron más que cenizas, salvo sus pies. Se fueron con el fuego las oraciones de penumbra, y los vítores en la calle, y las miradas de soslayo en una misa, junto con las ilusiones y Esperanza que su barrio había depositado en Él. Pero el fuego purifica, aunque parezca una aberración lo que estáis leyendo, y el escultor, obviamente, tuvo que hacer el trabajo duro de sustituir, a golpe de gubia, la talla que el barrio reconocía por otra que habrían de reconocer como referente devocional.

No fue fácil, pero el autor puso en cada toque el mismo cariño que la gente que lo había perdido todo en un incendio desafortunado. Acabó la tarea, y el Señor hizo el resto...la junta de gobierno había decidido que los pies se dejaran porque no se podían perder los innumerables besos que sus devotos le habían otorgado en cada besapiés, y estimó oportuno colocarlos dentro de la nueva imagen... 

Desde entonces, el Señor sale a la calle llevando en su pecho las oraciones que, en forma de beso, se le habían dejado a la antigua imagen.

Cosas de tallas, imagineros, y Semana Santa.



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