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uando el frío aprieta y las noches de Enero se hacen eternas, siempre hay una rotonda que nos devuelve, al pasar y a modo de saludo, ecos de Primavera en sus notas. A veces sufren, además de las inclemencias de un tiempo desagradecido, las voces y los insultos de los vecinos que, mor de sus acompasadas notas, no pueden dormir aunque no les quiten el sueño otras situaciones más desagradables. Ellos son los que acompañan los esfuerzos costaleros, los que erizan el vello de los espectadores, los que sirven de apoyo a las horas interminables de sacristía, limpiando enseres, montando pasos, preparando cultos o repartiendo papeletas de sitio. En casa, con incienso en la habitación, o en el coche camino del trabajo, con los auriculares antes de dormir o, ya en directo otra vez, en presentaciones de carteles, conciertos benéficos, en la puerta de un bar de vísperas, nos hacen sentir, mucho antes de que llegue, que ya está aquí nuestro tiempo mejor. Por eso, cuando el misterio arranca un ¡ole! de la gente que lo mira, y rompen a aplaudir la labor de su cuadrilla, yo aplaudo, a modo de gracias, a los que desde tantos días antes, nos permiten disfrutar de la Semana Santa...

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