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os poetas, los rapsodas, los vates, son aquellas personas que, durante siglos, han venido plasmando sobre cualquier medio que le permitiera dejar constancia de ello, los avatares de sus épocas, las cosas que les hacían sentirse vivos, o las que no querían que se olvidaran nunca. Así, amores, desamores, ciudades, hijos, y un largo etcétera de cosas han llegado hasta nuestros días en forma de versos, que algunos se han bebido desde niños para seguir, aunque sea desde un atril particular y doméstico, engordando la lista de homenajes a la belleza que, en sí, constituyen los poemas.

La Semana Santa es poesía pura. Lo es cada alfiler que el vestidor coloca sobre el encaje de la Virgen, lo es la forma en que le cantan los flamencos dejando su alma en la saeta, lo es el primor con que se coloca una vela, o se limpia un farol, lo es la vista de la hermandad en la calle y lo son el rostro del Señor y los ojos de su Madre. Pero hay unos poetas, desapercibidos a los ojos momentáneos del que ve el discurrir de una hermandad, que lleva ese nombre guardado en las entretelas de su traje cada día grande de la salida procesional. Un poeta de palabras, no de escritos, de pellizco y de locura, un poeta en cuyos desordenados renglones se aglomeran los más hermosos versos, aunque salgan en prosa y que es el dueño del compás, la medida y el canon, de los trabajadores cofrades andaluces...

"Mil años...mil años, y estaba la gente de la huerta ahí..."

Poetas...


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