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ecuerda que hace muchos años, cuando empezaba en esto de los pasos, un año, el capataz antes de llamar, les contó una historia de un hombre retirado, que había sacado al Señor muchos años y al que quería dedicarle la "levantá" por los prestados a su servicio y por lo que les había enseñado. El hombre era uno humilde, de camisilla blanca que empezaba a amarillear, y de mirada profunda, sabia, aunque algo enturbiada por la emoción del momento. 

No sabe por qué, recuerda también que él se asomó a la calle desde el paso y le dio las gracias a aquel hombre, quizá pensando en lo fácil que resulta ahora sacar pasos, en lo arropados que van los costaleros, desde fuera y desde dentro, de la hermandad al público, y lo difícil que resultaría para unos hombres que, muchas veces, lo hacían por llevar un jornal a casa y no eran muy queridos entre la gente. El hombre aceptó aquel agradecimiento con una media sonrisa y se quedó ahí, mirando la "levantá" de una cuadrilla que llevaba al mismo Señor, aunque de manera diferente.

Hoy el tiempo ha pasado, piensa, tan rápido que casi no le da tiempo a vivir, y mientras espera el homenaje que su hermandad y su cuadrilla le van a dedicar en reconocimiento de los años que lleva bajo los palos, recuerda todos los momentos que ha vivido, la de gente que ha conocido y se siente feliz, y agradecido. No repara en un chaval que se le acerca y, mirándolo a los ojos, le tiende la mano; él se la ofrece también y, en el fuerte apretón, aunque no lo diga, siente que le está diciendo: "gracias".

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