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C

ada mañana, desde hacía muchas, llegaba al colegio ilusionado sólo por verla, sentarse al lado, y dejar que le contara sus cosas, contarle él las suyas y sacar temas de conversación sólo por tenerla cerca.

Desde siempre han estado juntos, en el barrio, donde sus puertas contiguas le siguen teniendo asomado a la mirilla todo el día, casi, para verla salir o entrar, y luego en el colegio, donde comparten aula y confidencias.

Con el paso del tiempo, sigue mirándola, sigue esperándola y sigue sintiendo lo mismo, aunque ahora agudizado por los años que han pasado y que le hacen mirarla de otra manera diferente, pero igual de apasionada. 

Hoy es un día grande, se estrena de nazareno, y ya tiene todo preparado para salir, pero ella no ha aparecido en todo el día, y no va a verlo salir de casa vestido para ir al templo, ni él la ha visto por las calles del barrio camino de la hermandad. La cruz de guía se pone en la calle, él va con su cirio mientras todos los niños le piden caramelos y estampitas, aunque él no los escucha. La hermandad avanza, y después de la catedral emprende el camino de vuelta y no la ha visto, ni cree que lo haga ya, por lo que se desanima enormemente viéndose ya a lo lejos la plaza de la iglesia. Entonces, en una esquina, aparece de pronto, y siente que se le acelera el corazón. Al fin llega a su lado, se acerca a ella, nervioso y sonriente, y le alarga la mano, casi en la recogía, depositando en la de ella su primer caramelo de nazareno...

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