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repara con mimo su equipo. Las lentes que va a usar, el monopie, no sabe si usar trípode o con un objetivo luminoso le bastará para cuando la oscuridad haga acto de presencia, algo para picar por si el hambre le asalta, sin permiso, y una pequeña escalera de mano por si necesita subirse por encima de la gente.
La búsqueda del encuadre perfecto le va a hacer perderse muchos momentos que conoce de otros años, pero da por bien empleado el tiempo si consigue lo que quiere, las escenas que lleva urdiendo en su mente durante bastantes meses atrás y que, ahora, deberá llevar a la práctica. Va a ser difícil, lo sabe también, nadie le dijo que no iba a serlo, porque el tumulto, la aglomeración de gente, el ir y venir, callejeando, cargando con el equipo, y algunos ratos de agobio, van a ser obstáculos que deberá sortear, pero él quiere hacerlo, y tiene claro que lo va a conseguir, otro año más, siempre a las mismas horas.
La gente, no va a ayudarle mucho. Le increpan, le hacen irse a otro sitio cuando ha conseguido ver la escena que buscaba, a veces le empujan justo cuando está subido a un pretil poniendo en peligro su integridad, y no pocas veces el equipo ha salido mal parado, pero él sigue en la dura tarea, para que luego, curiosidades de este mundillo, la misma gente que le impidió hacer su trabajo disfrute con él y de él.
Al llegar los días señalados de su cofradía, el fotógrafo coge la cámara y busca a sus titulares, sus hermanos, las esquinas y las calles, que luego veremos en carteles y boletines durante todo el año. Se abren las puertas, sale la cruz de guía, empieza la estación de penitencia...
La cámara, es otra forma de rezar...
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