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El sol dándole en la cara. El ambiente primaveral. El de los globos y la de las papas asadas. El puesto con tambores de juguete, con cornetas de lo mismo. Los palcos de la carrera oficial engalanados. El bullicio de la gente que va y viene. Algún nazareno con prisa camino de alguna iglesia. Los balcones con familias esperando. Los padres con los hijos, los hijos con los padres, las madres siempre guapas. El incienso que se cuela por algún sitio. Una cruz de guía, algún costalero fajándose y, más tarde, de relevo, mirando la tarjeta para ver dónde entra o repartiendo una estampa entre la gente. La cera en el asfalto, la cera en las candelerías, la cera fundiéndose en alguna cuaresmal sacristía, la cera en la mano del orante nazareno. La luz de la ciudad, los bares repletos, las filas de gente mirando al mismo lugar, la cara de Uno al que no se le puede aguantar la mirada. Las pandillas de jóvenes yendo al encuentro de las cofradías, los que te preguntan “¿está cuál es?”, el que sale a la puerta de su negocio. La ropa de entretiempo, las prisas, ése lugar, aquélla mirada, una cintura asida, las bandas en ordinaria y extraordinarias. Los trajes negros planchados, las medallas al cuello el día de la salida, las póstulas…las tapas de cuaresma con los amigos, los ojos vidriosos cuando viene quien viene. La noche cómplice, los palios que van pesando, los misterios más amasados, las mantillas cansadas, los niños dormidos en brazos de sus padres, las puertas abiertas esperando tramos de recogida, la luna del Jueves Santo, la tarde del Viernes…sus ojos, los míos, y el tiempo que pasa…todo eso, y algo más, se viene a la mente cuando ves, en cualquier comercio, el cartel que anuncia lo que ha de venir…¿o no?...
Fuente fotografía: Fernando Morales.Photography
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