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En la estrecha calle, todo se complica…la gente agolpada no deja maniobrar y las fuerzas del orden deben de ir acomodando a la gente antes de que llegue el paso que, imponente e irremediablemente, ya está asomando la manigueta por el muro. Se suceden los “Shhhhhh…” de la multitud pidiendo silencio, y las primeras órdenes del capataz no se hacen esperar…”poco a poco, oído a lo que se manda”…el paso ralentiza su marcha, sus hombres lo duermen en los costeros y la banda, que hasta hace nada llenaba el aire con sus metálicos quejidos, adopta una postura nueva, marcando el paso de los costaleros con las cajas chinas…el redoble manda a los de abajo, y el capataz, con voz clara y firme a pesar del momento decisivo, templa los nervios y manda de nuevo…”la derecha adelante y la izquierda atrás”…sus hombres, obedientes hasta el extremo, van revirando el paso hacia la calle, queriendo las farolas de las esquinas tocar con su hierro de siglos los guardabrisas delanteros…el paso sigue su marcha, pausada, cadenciosa e imposible, y ya está embocado para que sus enormes dimensiones entren en la calle, que espera absorta y en silencio. Los brazos de la Cruz casi dan con los ventanales, y el capataz, todavía entero, sin nervios, sigue ordenando a los suyos que sólo toquen los zancos, y que no tengan miedo porque él no lo tiene. La gente sí que lo tiene, se desatan los nervios, alguien amaga un grito porque el remate iba a tocar un cable, y las vecinas le dan la mano al que muere por nosotros que se despide de la calle sin haberse alterado el de negro…la banda, de nuevo, arranca la marcha dándole a los costaleros la señal para adelantar el izquierdo y sacar el misterio a la plaza mientras todo son aplausos y vítores al capataz y a sus hombres…el que lo haya visto alguna vez, seguirá teniendo los vellos de punta ante esa liturgia no escrita que rubrican los costaleros por las calles andaluzas, esa liturgia no escrita del “parece fácil, pero no lo es”…
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