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La ciudad es una mujer, y como tal, se arregla…
Para hacerlo, se viste de fiesta cuando toca, aunque también de luto muchas veces, y llora y ríe por las cosas que le hacen sus hijos, como todas las madres, porque la ciudad también es madre, aunque luego está siempre orgullosa de ellos. La ciudad, mujer independiente, culta, elegante y bella hasta decir basta, necesita sus “arreglillos”, aunque la que es guapa es guapa por muy tarde que se acueste, si bien necesita de ellos para sentirse más bonita, y por eso se pinta y se maquilla, y selecciona sus mejores joyas…
La ciudad mujer tiene muchas joyas, cada una con sus colores y estilo propio, con su idiosincrasia, sus tipismos y sus maneras, y cada una de ellas la adorna de manera especial y única. Lo malo es que, de tantas como tiene, no se las puede poner todas al mismo tiempo, sólo una vez al año, en la que se engalana con varias de ellas a la vez y se pone guapa para beberse la primavera a grandes tragos. Esas joyas la definen, la diferencian de otras mujeres amigas suyas, que hacen lo propio en la misma fecha, pero de manera diferente. Ella no tiene predilección por ninguna, porque todas le gustan y todas le recuerdan cosas vividas, pero siempre hay alguna especial, y es que la ciudad tiene muchas joyas, todas valiosísimas, y ella tiene la suerte de ser joyero…

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