La cámara de mi madre...

De pequeño, recuerdo que me gustaba abrir el armario de mis padres y buscar "tesoros" escondidos entre la ropa, perfectamente planchada, y el olor a lavanda y a madera noble. Entre las baldas, mantelerías de cenas de "una vez al año", esperaban pacientemente para depositar su tela de siglos sobre la mesa de Nochevieja y, debajo de ellas, una caja de corcho con una deteriorada foto en la tapadera servía de acomodo a las fotografías, en blanco y negro, de los años no olvidados de mi familia. En ellas, unos jovencísimos "papá y mamá" se asomaban, inmóviles, a nuestra curiosidad, nuestra media sonrisa, y su nostalgia. Como decía aquél "hoy veo en tu cara y en la mía todo el tiempo que ha pasado" y, en efecto, el tiempo habla inmisericorde de años transcurridos, y de una experiencia en la vida que les valió doctorarse Cum Laude y de la que dan cuenta las risas, cada vez más mayores, de sus nietos.

En una de esas baldas de viejo armario, con espejo enorme, patas torneadas y frisos y adornos en la parte de arriba, siempre "durmió" la cámara de mi madre. De su valor económico dará cuenta el mismo tiempo inmisericorde que te recuerda desde las fotos que alguna vez fuiste niño, aunque ya empieces a peinar canas en el poco espacio con pelo que queda en tu cabeza, pero ese nunca será el importante. La verdadera importancia vive entre sus mecanismos, imperecederos, que hoy siguen esperando, como antaño, que otras manos los hagan funcionar, y se obre de nuevo el milagro. Los carretes, esos maravillosos objetos, artífices de la magia más verdadera, ya no se compran en el mismo establecimiento, y la cara, amiga, del que los revelaba para nosotros hace ya que nos dejó,  dando paso a las de sus hijos, pero el disparador sigue accionando la cámara para atrapar emociones. Sigue retratando a mujeres guapísimas (que en mi familia no las hay de otra manera), siguen escribiendo, a golpe de revelador y fijador, las páginas que relatan juegos de niños, y siguen captando sonrisas, miradas y, sobre todo, amor.

Al pasar las fotos a papel, hechas con una Nikon FM con carrete Max40 en blanco y negro, aún me sorprende ver que algunos gestos, algunas escenas, algunas luces, ya fueron captadas anteriormente y, a fuerza de verlas ojeando (y hojeando) los álbums de la familia, me alegra ver que mi cerebro las procesa y, algunas veces, las consigue repetir, sin buscarlas, viendo en la pose de mi mujer para mi cámara, a mi madre, muy joven, más que guapa, posando para la suya; cámara que, aunque siga siendo la de mi madre, ahora "duerme" en mi casa...

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