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En cada desahuciado que, impotente, reclama a voz en grito que le ayude, en vano, un banco usurero y desalmado, y un gobierno que no sabe y que no quiere.
En cada harapiento, borrachín, sucio y mal educado, que esconde en la botella y entre los restos de su ajada ropa, la otra vida que un día tuvo y perdió o, lo que es peor, le robaron arrancándolo una noche de sus sábanas.
En cada quien que llama a una puerta a deshoras, pidiendo pan, abrigo, cama o, simplemente, café caliente con sabor a compañía.
En los sueldos que nos gastamos en zarandajas, en la que vende pañuelos por no venderte el alma, y en la que te la vende al amparo de una leña insuficiente en un polígono industrial.
En los que te miran mal, los que no son como tú, los que saltan una valla, los que vienen en patera, los que venden cds y los que te asaltan en un semáforo las veinticuatro horas del día, frías o calurosas.
En los que arrojan a la basura el fruto de su vientre, los que no pueden más con la vida y, asfixiados por las circunstancias se la quitan, los que roban, matan o delinquen. En las cárceles y hospitales, en los que lo han perdido todo y te piden algo para ir tirando, en los que le quitan al tendero tres tomates mientras pagan dos, en los comedores de caridad, y en todos los que hacen mal a los que están a su alrededor, a veces, sin tener conciencia de ello.
En todos y cada uno de ellos, y en muchos más, estás Tú, Señor,...pero no te veo.
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