Ay omá...


Recuerdo cuando, en Venecia, siendo uno de los millones de turistas que a diario la recorren, cámara en mano, fotografiando todo lo que se movía y lo que no, no llegaba a entender el desaire, rayando la "malafollá" (que todo el mundo sabe que sólo está en Granada...) de los venecianos en el trato con los foráneos, ya que yo pensaba, en mis luces de turista enamorado de la ciudad de los canales, que debían estar contentos con la de gente que visitaba su urbe. Nada más lejos de la realidad...antes al contrario, el veneciano está cansado de encontrarse una cámara en casi todo lo que tiene que ver con su rutina diaria, y es que debe ser molesto, cuanto menos, que te miren hasta para ir a sacar la  basura, sólo por el hecho de que el "camión" sea una barcaza. Como digo, no lo entendía, pero ahora lo comprendo perfectamente, ya que lo que le pasa al veneciano, se ha extrapolado al granadino. 

Todavía no quedan lejos en mi memoria los momentos en que podías salir a tomarte algo al centro, pasear por las calles del Albaicín, entrar a los bares típicos de la ciudad, esos a los que te llevaba tu abuelo, para enseñarles a tus hijos la tradición heredada de una croqueta bien hecha, un helado único, un cubilete de arroz, o el punto exacto de la fritura de un pescado. Antes, el granadino se convertía en cicerone de sus amigos visitantes, y los guiaba por los entresijos de las calles de su ciudad, para encontrar ese sabor único, esa calle solitaria, esa foto desconocida, esa historia que solía saber solamente el que es de aquí, y que ahora todo el mundo conoce. 

Ya da igual si has nacido en Granada, cualquier móvil sabe más que tú, y ya no queda lugar a la sorpresa. Pasear por las calles del Albaycin, como digo, es misión imposible, no me refiero sólo a entrar en esa tetería de tu adolescencia, o en el bar de los caracoles. Todo se ha convertido en una carrera móvil en mano, para ver el lugar más recomendado, a veces, quedándose sólo con que allí estuvo la influencer de turno, en lugar de los productos y el servicio que ofrecen. 

Cuando, después de una semana de trabajo, dura como todas, decides salir a tomarte algo a los sitios a los que fuíste tantas veces, y descubres que, o no se puede entrar, o si se puede te miran como a un desconocido, solo te queda despedirte con resignación del camarero que, sin poder hacer nada, te saluda, mientras le das las gracias al "triadvisor" por tanta gentileza, ya que, o llegas a la hora que abre y esperas a que sea la de la tapa, o directamente no te la tomas...

A ver si el viernes hay más suerte, ay omá...

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